Escribió más de 12 libros sobre identificación de flores, plantas medicinales, bosques y recursos biogeográficos en diversas zonas del país. En 1997, la Organización de Naciones Unidas la eligió como una de las veinticinco líderes mundiales en la lucha por la preservación del planeta y dos años más tarde recibió el Premio Nacional de Medio Ambiente, pero pese a todos los reconocimientos, Adriana Hoffmann convivió con la frustración hasta el final de sus días.
Muchas veces denunció el doble discurso de las autoridades en torno al cambio climático y la burocracia que durante diez años retrasó la puesta en marcha de su Fundación Cantalao fue el último de los obstáculos que debió sortear. Sin embargo, solía admitir que como directora de la Comisión Nacional de Medio Ambiente, Conama, fue donde peor lo pasó. “Llegaba a las siete y media de la mañana y me quedaba hasta las diez de la noche revisando papales y en la noche me llevaba a la casa cerros de cosas para firmar porque yo quería saber todo lo que estaba firmando, Yo asumí porque sentí que tenía una responsabilidad pero se me tiraron todos encima. Fue tremendo. Lo pasé mal desde el primer día”, reveló el 2017, en entrevista al diario La Tercera.
En el mismo artículo, Flavia Liberona, directora de Terram, declaró: “Ella hizo un gran esfuerzo por realizar una buena gestión y enverdecer el servicio. Sin embargo, se encontró con la realidad de una institución pública y de un gobierno con diversas visiones sobre lo que debía ser la gestión ambiental. Ahí, se dio cuenta que la dirigencia no estaba disponible para elevar los estándares ambientales”.
Sus padres fueron dos personajes de gran relevancia pública en el Chile de la segunda mitad del siglo pasado. Franz Hoffmann, alcanzó reconocimiento como médico fisiólogo, y su madre Lola Hoffmann fue de las primeras siquiatras en abordar el análisis de los sueños.
Como coordinadora de la ONG Defensores del Bosque alcanzó notoriedad mundial. En múltiples ocasiones, su gestión fue destacada por organizaciones claves en la lucha medio ambiental, como el Índice Internacional de Nombres de Plantas, el Real Jardín Botánico de KEW, el Herbario de la Universidad de Harvard y el Herbario Nacional de Australia.
“Pienso que es muy importante ir a la naturaleza, observarla, entenderla. Porque saber solamente por mirar o leer los libros, no tiene gracia. Hay que ir a los lugares naturales. Ahí se produce una retroalimentación, un contacto y una comunicación entre la persona y lo natural, que es muy mágica, muy linda. Y de esa contemplación sacas tus propias conclusiones, tal ves logras entender y aprender, además de tener cercanía. Eso es lo más importante: la experiencia más allá de la investigación”, respondió, en una entrevista de 2017, cuando le preguntaron cuál era la clave para formar ciudadanos que aprendan a vivir en armonía con sus ecosistemas.
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