POR: Daniela Alegría, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades UAH, y Paulina Sánchez, psicóloga Clínica Perinatal y directora Centro Público de Salud Mental Materna de Las Condes.
Un estudio realizado en Chile mostró que el 13,9% de mujeres en el tercer trimestre de gestación reportaron una elevada sintomatología depresiva, porcentaje que aumentó a 16% y 20,9% a los tres y seis meses postparto, respectivamente (Coo et al. 2021). Una mujer con síntomas depresivos puede llegar a sentir un desgano significativo hacia las labores de cuidado, así como una irritabilidad que puede transformarse en sentimientos negativos. De acuerdo con este estudio, hay un porcentaje importante de madres que criarían con malestar y afectos que difieren de los sentimientos positivos que se suelen atribuir al instinto maternal. A pesar de esto, muchas mujeres continúan cuidando a sus hijos, escondiendo la ambivalencia de sus sentimientos.
Se suele concebir la maternidad como una experiencia de cuidado meramente instintiva. El cuidado, en la agenda de los movimientos feministas, es un tema bastante antiguo y ha sido abordado con diversos términos tales como “trabajo reproductivo” o “trabajo doméstico”. Cuidar implica acompañar, prestar atención, escuchar, responder ante las necesidades de la persona cuidada, respetar su autonomía, entre otros importantes aspectos. Sin lugar a dudas, el cuidado es fundamental. Todos hemos sido cuidados alguna vez en nuestras vidas y es probable que cuidemos a otras personas en el futuro. Ahora bien, en algún momento una madre podría no sentirse capacitada para cuidar o incluso sentir rechazo hacia esta labor. Esto muestra la complejidad del cuidado en la experiencia materna.
Habitualmente se asume una correlación entre ciertas características biológicas y ciertos rasgos del carácter. De esta forma, se piensa que ser mujer va intrínsecamente unido a la idea de ser cuidadora. Entonces, ser mujer se asocia con una imagen como si fuera parte de su esencia, de su naturaleza, y que excluye a las demás mujeres que no encajan con esta imagen. Asimismo, lo femenino tiende a asociarse a un rol reproductivo y pasivo, mientras que lo masculino se suele asociar a un rol productivo y activo.
Consideramos, no obstante, que el cuerpo materno es en realidad creativo. Como señalan algunas autoras feministas como Luce Irigaray, lo deseante de la maternidad se puede traducir en un cuerpo vivo, que es activo, sexual y creador. Si bien algunas posturas tienden a considerar la reproducción únicamente como algo pasivo, sostenemos que lo reproductivo de la maternidad es una forma de creación.
Ser madre es un trabajo para toda la vida, un trabajo complejo que no debe ser idealizado, pues como muestra el estudio antes citado, existe una alta prevalencia de afecciones anímicas en las madres, por ende muchas podrían estar cuidando con desgano o irritabilidad, pero al mismo tiempo sentir alegría o satisfacción. La ambivalencia es un estado psíquico habitual en los cuidados. La madre vive una transformación en la que sus prioridades, su cuerpo, su tiempo, entre otros, cambian, y este cambio no implica necesariamente sentimientos positivos. Es legítimo que una madre posea sentimientos ambivalentes mientras realiza las labores de cuidado. Es posible ser madre y cuidar sintiendo un fuerte desgano y un amor profundo hacia su bebé, por ejemplo. La cuestión es que esta ambivalencia, no implica que la capacidad de la madre para cuidar a su hijo/a disminuya o no exista; al contrario, refleja la complejidad de la experiencia materna.
La complejidad de la maternidad radica en la coexistencia de sentimientos contradictorios, y eso nos habla de un cuerpo activo, creativo, que siente, que se remueve y que no es pasivo ante las imposiciones sociales de lo que debiese ser una madre. Las madres pueden experimentar tanto alegría como frustración, tanto amor como rabia, sin que un sentimiento anule al otro, aunque esta variedad de emociones maternas tiendan a ser negadas socialmente. Si como sociedad reconocemos la ambivalencia como un estado de la experiencia materna, las madres podrán sentirse más acompañadas en los cuidados, menos juzgadas y con menos imposiciones. Es posible ser madre y cuidar con ambivalencia.
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