HACE MÁS DE DOS AÑOS, en los albores de la crisis migratoria, una doctora venezolana cruzaba la frontera para empezar una nueva vida en nuestro país. Tras ser exhibida en Megavisión, la historia de Mariangelys Suárez fue galardonada por la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, con el Premio Suramericano de Periodismo sobre Migración.
Hoy el periodista Felipe Vergara reconstruye para la Fundación Gabo de Periodismo, a través de Woman Times, el relato de una mujer que venció todas las batallas por alcanzar “el sueño chileno”
—Tienes solamente cinco minutos, aprovéchalos.
La puerta de la sala de cuidados intensivos lentamente se comienza a abrir. Es una zona restringida, aislada del resto de los contagiados, acá solamente llegan los más graves. La doctora Mariangelys Suárez está nerviosa, se acerca cuidadosamente al paciente, que lleva una máscara de oxígeno, le toma la mano y se la aprieta con fuerza. Ha visto esta imagen cientos de veces, sabe que el pronóstico es incierto. El Covid-19 en cualquier minuto le puede arrebatar a su padre, que lleva tres días internado, conectado a un ventilador mecánico. Desde que llegaron a Chile nunca habían estado tanto tiempo separados.
—Por favor, no te dejes vencer. Tu familia te está esperando, he- mos superado tantas cosas en Venezuela y acá en Chile, tienes que ser fuerte y salir adelante.
Los cinco minutos se terminan, la doctora debe salir de la habi- tación, pero no quiere despegarse de él. Han luchado tanto por estar en Chile. Han pasado por tanto.
—¡Refugio!¡Refugio!¡Refugio!
CONOCÍ A MARIANGELYS SÚAREZ EN MEDIO DE UN TUMULTO que pedía ayuda a gritos, ella tenía entonces 30 años. Estábamos en tierra de nadie, justo entre las fronteras de Chile y Perú. El frío la tenía paralizada, usaba dos abrigos para intentar protegerse y cubrir sus siete me- ses de embarazo. Junto a su familia llevaba un par de días durmiendo en el desierto, a escasos metros del paso fronterizo Chacalluta, la puerta de entrada a Chile, que se había cerrado para todos los venezolanos.
Ese día, el 22 de junio de 2019, comenzó una de las crisis fronte- rizas más grandes que ha enfrentado nuestro país. El Ministerio del Interior estableció que todos los ciudadanos de Venezuela que qui- sieran entrar debían portar una visa consular; un portazo en la cara para las cientos de personas que venían escapando del hambre y la miseria y que con suerte tenían un documento de identidad.
Mariangelys no entendía por qué estaba ocurriendo eso, por qué no los querían recibir.
—Todos mis vecinos y amigos en Maracaibo hablaban de que Chile era prácticamente el paraíso. Mis colegas decían que había mucho tra- bajo, que a los venezolanos los recibían muy bien, incluso decían que el Presidente nos había invitado, que nos ayudarían a salir adelante.
En Venezuela, la doctora Mariangelys vivía en un barrio tranquilo. Gracias a su trabajo como anestesista en el Hospital General del Sur de la ciudad de Maracaibo, había logrado comprarse una casa de dos pisos, ideal para su familia. Pero la crisis que se vivía en el país cambió todos sus planes. La inflación y la falta de productos hacía casi imposible con- sumir los alimentos necesarios. Su familia dependía de una olla común para poder alimentarse. En el hospital en el que trabajaba los insumos médicos también escaseaban y su embarazo corría peligro.
Junto a su marido Claudio y su hijo Matías decidieron gastar sus últimos ahorros y viajar a Chile. Su padre, su madre, su hermano, su cuñada y sus dos sobrinos la acompañaron en el incierto viaje, todos necesitaban salir de Venezuela y estaban seguros que nuestro país era el lugar ideal para empezar una nueva vida.
—Habíamos viajado 11 días desde Venezuela en busca de un lu- gar tranquilo para poder empezar de cero, pero llegamos a ese caos, a un lugar inhóspito, frío.
Después de horas de trámites y de revisar todos sus documentos, debido a su embarazo le dieron la autorización para poder ingresar junto a su familia. Apenas pusieron un pie en Chile, se abrazaron y comenzaron a llorar, el “sueño chileno” se comenzaba a hacer realidad. Los acompañé hasta el bus que los llevaría a Santiago, les compartí mi contacto y les dejé un mensaje de Whatsapp.
–Si tienes cualquier problema, me avisas.
Desde entonces no paramos de hablar, nunca más dejó de tener problemas en Chile.
MARIANGELYS Y SU FAMILIA FUERON ACOGIDOS EN UN HOGAR de retiro para monjas, un lugar tranquilo y silencioso, pese a que estaba cercado por los llamados guetos verticales de Es- tación Central. Ahí vivían en una acogedora casa, rodeada de un am- plio y florido jardín donde Emma, su hija, pudo pasar sus primeros días de vida. Estaban en un oasis en medio de una de las comunas más pobladas de la capital, eso hasta el 18 de octubre de 2019.
–Cuando comienza el estallido social, de verdad que no lo podíamos creer. Se volvía a repetir la historia que habíamos vivido en Venezuela. Estábamos muy asustados, no queríamos salir a la calle. Teníamos mu- cho miedo, no sabíamos si quedarnos o si volver a nuestro país.
Mariangelys llevaba apenas cuatro meses en Chile cuando la cri- sis social estalló, sus trámites migratorios fueron postergados y sin visa ella ni su familia podían optar a un trabajo, las monjas que la habían refugiado ya no podían hacerlo más.
–Las hermanas nos ayudaron a encontrar un departamento, eran unos 50 metros cuadrados. Ahí tuvimos que acomodarnos los 10. No fue fácil, el espacio era muy pequeño, pero por lo menos estábamos juntos.
Pero el golpe de realidad recién comenzaba. Cuatro meses des- pués la Organización Mundial de la Salud decretó el inicio de la pandemia del Covid-19 y el Ministerio de Salud de Chile a los pocos días anunció cuarentena obligatoria. Mariangelys y toda su familia estuvieron obligados a encerrarse en ese pequeño espacio. Sin tra- bajo, sin comida, Chile se parecía más que nunca a la Venezuela de la que tanto querían huir.
—Sin dinero apenas alcanzaba para los alimentos, pero no nos rendimos ya habíamos luchado bastante. No era el momento para bajar los brazos.
En abril del 2020, la doctora Mariangelys Súarez aprobó el Eu- nacom, el examen obligatorio para poder trabajar como médico en Chile. Con esto se le abrían las puertas para encontrar trabajo.
UN HOMBRE GRITA TODOS LOS DÍAS LA MISMA FRASE AFUERA del consultorio Carol Urzúa en la comuna de San Bernardo. Es un alarido de rabia hacia los efectivos policiales. La doctora Mariangelys aún no logra entender por qué lo hace, pero ya se acostumbró a escucharlo al igual que el resto de los vecinos del sector, uno de los más vulnerables de la capital. Desde junio del 2020 trabaja como médico de urgencia, atendiendo a los pacientes infectados de Covid-19 que llegan en busca de ayuda y también de orientación, porque en ese lugar tiene que además hacer las veces de psicóloga y asistente social.
—En la atención primaria debes ser todo eso y más, los pacientes necesitan que los escuches y que los acompañes.
El 7 de julio Mariangelys escribe un mensaje de Whatsapp.
—Estamos todos con covid, hasta Emma salió positiva. Mi papá satura 94, estoy preocupada por él. Lo único que quiero es que sal- gamos todos vivos de esta. Desde ese día todo se volvió nuevamente oscuro para Mariange- lys. La sola idea de perder a su padre la tenía destrozada, se sentía culpable de haber decidido viajar a Chile. Toda su familia la siguió en busca de un sueño y para uno de ellos estaba a punto de terminar.
— Lo único que quería en ese momento era salir corriendo y no pensar en nada. Ver a mi papá en esas condiciones era demasiado fuerte. Muchas veces pensamos en tirar la toalla y volver a Venezuela,
pero sabíamos que mientras estuviéramos juntos podríamos superar cualquier problema. ¡Y vaya que hemos superado problemas!
Durante días no hay noticias de Mariangelys, hasta que nuevamente recibo un mensaje.
—Disculpa, tengo la cabeza loca. Hoy dejaron a papi en ventilación. Mañana será decisivo.
El sueño chileno no le ha dado tregua a la doctora Mariangelys Suárez. Desde que llegó a Chile tuvo que enfrentar un estallido social y por semanas no pudo salir de su casa por el miedo a vivir la
misma persecución que en Venezuela. Fue estafada y vió como sus compatriotas dormían en carpas fuera de la embajada tratando de volver a casa producto de la pandemia. Pero pese a todo, sigue pensando que viajar a Chile fue la mejor de las opciones.
—Sin dudas, volvería a emprender el mismo camino que hice cuando dejé Venezuela. En este país he conocido grandes seres humanos como tú. Al contar mi historia demostraste que la mayoría de
los migrantes sumamos y no restamos. Dice el último mensaje que recibo. Tras el alta de su padre, la familia está más tranquila, pese a que las imágenes de cientos de compatriotas en el extremo norte inevitablemente los hace revivir su propia historia.
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