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“La ciencia está en todos nuestros actos diarios”: Andrea Obaid y su cruzada por acercar el conocimiento científico con propósito

Reconocida por su incansable labor en la divulgación científica, la periodista Andrea Obaid ha construido una carrera pionera en Chile desde la convicción de que el periodismo puede transformar realidades. En esta entrevista, reflexiona sobre los desafíos de informar en tiempos de crisis climática, el rol de las mujeres en la ciencia y cómo reinventarse puede cambiar el rumbo de una vida profesional.

“Yo quería impactar a la sociedad con lo que estaba escribiendo”, recuerda Andrea Obaid al rememorar la crisis vocacional que la llevó a dejar la cobertura de espectáculos para dedicarse de lleno a la comunicación científica.  En 2006, dejó sus trabajos en Radio Carolina y el diario La Tercera, se ganó una beca y partió a estudiar un Magíster en Comunicación Científica, Médica y Ambiental en la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Desde allí, fue el comienzo de una nueva etapa. Desde entonces, ha creado productoras, conducido programas de televisión y radio, publicado libros, lanzado campañas de educación ambiental, y presidido la Asociación Chilena de Periodistas Científicos (Achipec). Además, ha sido reconocida como una de las 50 mujeres más poderosas de Chile por Forbes y premiada por la ONU Mujeres y el Eric and Wendy Schmidt Award for Excellence in Science Communication.

A casi veinte años de su reinvención, Obaid ve un panorama más esperanzador para quienes comunican ciencia: más mujeres, más visibilidad, más conciencia. Pero también más desafíos: desinformación, crisis climática, irrupción de la inteligencia artificial. Para ella, el rol de quienes comunican estos temas se vuelve cada vez más urgente.

A lo largo de tu carrera, has sido una referente en la comunicación científica en Chile. ¿Cómo describirías la evolución de este campo desde que iniciaste hasta hoy?

Yo me reinventé completamente como periodista. Hasta el 2005, me dedicaba a espectáculos. Cubría televisión, música, teatro… pero llegó un momento en que todo eso me hizo ruido. Me di cuenta de que quería que mi trabajo tuviera un impacto real. Fue así como encontré un magíster en España que me abrió el camino a lo que hago hoy: comunicar ciencia desde un lugar accesible, riguroso y transformador.

Hoy, el escenario ha cambiado mucho. Antes era un campo dominado por hombres, ahora somos muchas mujeres comunicadoras científicas haciendo un trabajo brillante. Creo que estamos en un momento clave: enfrentamos crisis ambientales, tecnológicas y sociales, y necesitamos periodistas especializados que entreguen información veraz y comprensible para tomar decisiones fundamentales, como la salud pública o la acción climática.

Has sido destacada como una de las 50 mujeres más poderosas de Chile por Forbes y recibiste el Eric and Wendy Schmidt Award for Excellence in Science Communication. Más allá del reconocimiento, ¿qué impacto crees que tienen estos galardones en la visibilización del periodismo científico y en tu propio trabajo?

No los esperaba, llegaron por sorpresa. Jamás imaginé que sería elegida entre las 10 mujeres esenciales 2025 por ONU Mujeres, ni que Forbes me incluiría entre las 50 mujeres más poderosas del país. Una hace su trabajo con tanta pasión y convicción —porque la comunicación científica es la misión que tengo en esta vida— que los reconocimientos llegan solos. Sin buscarlos, te das cuenta de que estás haciendo bien tu trabajo y generando un impacto real en muchas personas. Eso es lo más valioso: cómo, desde lo que creo que es correcto y necesario, puedo llegar a quienes están dispuestos a escuchar.

Creo que estos reconocimientos, tanto nacionales como internacionales, demuestran que la ciencia es mucho más cercana de lo que solemos pensar. Está presente en cada uno de nuestros actos cotidianos, en los productos que usamos a diario, y puede transformar nuestra calidad de vida. Eso es lo que he intentado hacer con mi trabajo durante casi 20 años: acercar la ciencia de manera simple, cotidiana, usando un lenguaje accesible para todas y todos.

¿Cuáles han sido los principales desafíos que has enfrentado como mujer en el periodismo científico y cómo los has abordado?
Creo que el principal desafío ha sido aprender a ser independiente. Las universidades no siempre nos preparan para emprender, para crear nuestros propios proyectos. En 2009 fundé con Cristián Campos Melo una productora, Neurona Group, y luego lanzamos una campaña ciudadana de educación ambiental: Salva la Tierra. Fue una experiencia tremenda. Tuvimos que aprender a postular a fondos, a trabajar con equipos diversos, a colaborar con empresas. A los periodistas científicos nos falta eso: saber vender nuestras ideas, autogestionarnos, entender que la creatividad y la ética pueden ir de la mano con la sustentabilidad financiera.

¿Sientes que ha habido avances en la equidad de género dentro del periodismo especializado en ciencia y tecnología en Chile y América Latina?

Sí, totalmente. Cuando empecé, éramos muy pocas. Hoy veo muchas mujeres liderando en este campo, creando redes, visibilizando problemáticas propias de América Latina. Pero aún falta.

Hoy estamos trabajando en crear la primera red latinoamericana de periodistas y comunicadores científicos. Queremos que el mundo conozca nuestras realidades, porque no son las mismas que en Europa o Estados Unidos. En países como Perú, Colombia o Ecuador, hay periodistas que son asesinados por cubrir temas medioambientales. En Chile, eso no ocurre, pero sí tenemos la responsabilidad de unirnos, de impulsar colaboraciones regionales y de alzar la voz en foros internacionales. La diplomacia científica es clave para fortalecer nuestras políticas públicas.

Desde tu experiencia, ¿cuáles son los principales desafíos para comunicar la crisis climática de manera efectiva en este contexto actual de sobreinformación?

Uno de los grandes errores ha sido comunicar desde el miedo o desde la culpa. Y la gente no responde bien cuando la haces sentir mal o la obligas a cambiar. Por eso líderes como Trump o Milei tienen tanta llegada: porque simplifican, niegan y ofrecen un relato cómodo. En cambio, comunicar la crisis climática requiere complejidad, pero también empatía y claridad.

Tenemos que cambiar la narrativa: educar, inspirar, mostrar con ejemplos reales que otra forma de habitar el mundo es posible. Enseñar que desde lo cotidiano —lo que comemos, cómo nos movemos, lo que compramos, cómo nos relacionamos con nuestro entorno— también podemos ejercer cambios. No se trata de cargar a las personas con toda la responsabilidad, sino de devolverles la agencia: entender que cada gesto, por pequeño que parezca, suma.

Al mismo tiempo, es urgente volver a movilizarnos colectivamente. Antes la ciudadanía se organizaba y salía a la calle para protestar contra proyectos extractivistas, como ocurrió con Barrancones o Dominga. Hoy ese ímpetu se ha diluido, y sin embargo, lo necesitamos más que nunca. No podemos perder la esperanza ni la capacidad de actuar, ni en lo íntimo ni en lo público. Las dos dimensiones deben ir de la mano: las prácticas cotidianas y la acción política más amplia.