Tras años de investigación en los mares patagónicos, la oceanógrafa inglesa Susannah Buchan descubrió que la ballena azul que habita las aguas de nuestro país emite un canto único que la diferencia del resto de la especie. Hoy, es una de las voces del mundo de la ciencia que exige a las autoridades tomar medidas urgentes para proteger a estos mamíferos, cuya función es clave para la supervivencia del ecosistema marino. “Hoy, lo urgente es hacerse cargo del problema del tráfico marítimo”, asegura.
“Soy una apasionada del mar y mi amor por las ballenas viene desde la niñez, de los veranos con mis abuelos en una zona de Canadá donde los avistamientos de ballenas eran habituales. Con los años comencé a investigar sobre cómo habían sido masacradas y mis deseos de ayudarlas fueron creciendo. Siento que ellas me eligieron a mí y no yo a ellas.
Cuando llegué a Chile tenía 24 años y apenas sabía algunas palabras en español. Me instalé en el Centro Ballena Azul de Melinka, en el Archipiélago de las Guaitecas. Las condiciones eran complejas pero lo recuerdo como el inicio de una etapa maravillosa, en la que conocí personas que se quedaron en mi vida para siempre. Fue donde aprendí el valor de la paciencia y a convertir en ciencia las conversaciones.
Durante cuatro veranos, cada vez que las condiciones meteorológicas lo permitían, junto a Daniel Canullan, de la comunidad indígena local, navegábamos -con un hidrófono que es un micrófono sumergible- para registrar el canto de las ballenas. Así, tras cientos de horas de grabación, logramos comprobar que las ballenas azules que recorren las costas de Chile tienen un canto especial que las convierte en únicas. Tras este hallazgo, iniciamos un trabajo para rastrearlas e identificar sus zonas de alimentación. La más importante está en la Patagonia, además de otros puntos muy relevantes, tales como la caleta Chañaral de Aceituno, al norte del país, y los alrededores del Archipiélago de Juan Fernández.
Soy profesora visitante de la Universidad de Concepción, donde hice mi doctorado, y trabajo en el Centro de Estudios Avanzados de Coquimbo que es financiado por el gobierno regional. Mi base de operaciones suele estar en Santiago pero la pandemia cambio todo y por ahora me encuentro en Canarias, España.
Ha sido muy difícil ver esta serie de varamientos de los últimos meses. Sin duda, se trata de aumento impresionante y aunque en muchos de los casos no se determinan las causas, en otro existen estudios que hablan de colisiones con transportes marítimos. Las ballenas enfrentan múltiples dificultades, como el calentamiento global que cambia la abundancia y distribución de su alimento. También, son víctimas directas de la sobrepesca que disminuye de manera significativa lo que consume, fundamentalmente sardinas y anchovetas.
En Chile, siempre hablamos de recuperación de poblaciones de ballenas, porque la totalidad de la especie fue exterminada por la caza industrial que recién finalizó a mediados de la década de los ochenta.
Hoy, lo urgente es hacerse cargo del problema del tráfico marítimo. Nadie quiere chocar una ballena, no sólo por la imagen sino también por el daño que provoca el impacto. El tema es que se trata de un problema sub reportado, en el que el varamiento es la punta del iceberg. Hay deficiencia de datos y faltan fondos para dar respuesta rápida a estos sucesos. Estamos frente a situaciones que exigen un seguimiento científico.
Todas las autoridades han manifestado su voluntad de resolver el problema, pero hasta ahora no se han tomado medidas concretas que protejan a las ballenas. Hasta ahora no habíamos tenido tantas colisiones como las registradas desde el mes de abril. Hay que encender las alarmas, y así se lo hemos planteado a quienes están a cargo de la toma de decisiones. La problemática varía de región en región, la de Mejillones es muy distinta a la de la Patagonia, por lo cual cada región debe determinar sus reglas y organizarse.
Soy de las personas que piensan que las ballenas tienen derecho a vivir más allá de la importancia que tengan para nosotros, esa es mi postura filosófica, pero más allá de eso, se trata de animales claves en los eco sistemas marinos porque juegan un papel fertilizador del océano superficial, lo que aumenta la productividad del placton capturando CO 2. Potencian a todo nivel las funciones de los mares, de hecho hay quienes dicen que una ballena a lo largo de su vida puede llegar a secuestrar 33 toneladas de carbono de la atmósfera, lo que no es menor.
En Chile, estos animales han adquirido un importante rol socio económico y ecológico. Hay comunidades del norte como la Caleta Chañaral de Aceituno que en buena parte viven del turismo de avistamiento de ballenas. Eso también se está desarrollando en el norte de Chiloé y la costa del Bio Bio. Hay que pensar que es una fuente de ingreso para zonas que se han visto tremendamente perjudicadas por la sobrepesca. Ni hablar de la cosmovisión mapuche que pone a las ballenas en un lugar muy especial”.
Redacción CPG
Sé el primero en comentar