POR: María Elba Chahuán, Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora
Durante mucho tiempo el poder fue sinónimo de un modelo vertical, rígido, con estructuras que priorizaban la autoridad por sobre la colaboración. Pero hoy, la incorporación femenina a distintos ámbitos del mundo empresarial ha ayudado a redefinir esta idea y demostrar, en la práctica, que el poder no tiene por qué imponerse y también puede inspirar. Que liderar no es controlar, sino convocar.
El VI Reporte de Indicadores de Género en las Empresas en Chile -elaborado en conjunto por el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Economía y la Fundación ChileMujeres-, muestra que en las gerencias de primera línea, la participación de mujeres alcanza un 25,6%, mientras que un 22,1% está presente en los directorios. Incluso el Servicio Civil informó en 2024 que 182 mujeres fueron nombradas a través del sistema de Alta Dirección Pública, lo que representa el 41% de todos los nombramientos y un peak histórico en el país. Es cierto que las cifras aún no son del todo equitativas, pero sí una fuerte señal de avance.
Estos nuevos liderazgos femeninos no son sólo una cuestión de presencia o representación en cargos altos. Son un cambio profundo de paradigma. Las mujeres que ahora están al frente de empresas, startups, emprendimientos, organizaciones sociales y espacios de innovación están transformando la manera en que se toman decisiones, cómo se construyen las culturas organizacionales y qué tipo de impacto queremos generar desde el mundo de los negocios.
Y no lo hacen solas. Trabajan en comunidad, poniendo al centro la empatía, la escucha activa y la visión a largo plazo. Lo hacen reconociendo que la diversidad significa mucho más que un valor “bonito” para el discurso, sino que representa una ventaja real para la innovación. Porque cuando se integran distintas miradas, realidades y formas de pensar, se abren puertas a soluciones que antes no veíamos. El liderazgo femenino no busca adaptar a las mujeres al sistema: busca transformar el sistema desde adentro.
He visto cómo este liderazgo impulsa modelos de trabajo más colaborativos, culturas donde el error es parte del aprendizaje y espacios donde el propósito tiene tanta relevancia como el resultado financiero. Cada vez más mujeres están liderando con un sentido profundo, el deseo de generar valor compartido y de construir empresas que crezcan, cuiden, inspiren y dejen huella.
Esto no significa que todo sea perfecto o fácil. Ser mujer en un entorno aún diseñado bajo reglas masculinas sigue implicando desafíos. Pero también es cierto que hoy contamos con más herramientas, más redes de apoyo, más referentes. Y cada paso que damos, cada puerta que abrimos, pavimenta el camino para muchas otras.
Como emprendedora, he aprendido que los mejores líderes son aquellos que son más auténticos, y que podemos liderar desde nuestras fortalezas, historias y emociones sin que ello nos haga menos profesionales. Al contrario, nos hace más humanas, y por ende, más capaces de conectar, movilizar y transformar.
El mundo necesita nuevos liderazgos. Y las mujeres estamos demostrando que sí es posible otra forma de liderar que es más horizontal, creativa y consciente. Un liderazgo que no busca sólo maximizar utilidades, sino que además potenciar talentos, generar impacto positivo y construir un futuro más justo e inclusivo. Este no es solo un cambio en la forma de hacer negocios: es una transformación cultural, generacional y profundamente humana. Es una invitación a todas —y todos— a repensar qué significa liderar hoy. Y a atrevernos a hacerlo con coraje, con propósito y con corazón.