La artista fue por excelencia la figura del planismo uruguayo. Paisajes, colores vivos, escenas cotidianas y los juegos de la infancia se destacan en sus obras, hoy exhibidas en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA – Chile).
Una selección de 26 obras de la artista componen la muestra “Petrona Viera: La creación sin fin”, disponible en el Museo Nacional de Bellas Artes hasta el 29 de enero. En ella se abordan diversos ejes temáticos que la artista desarrolló en sus más de cuarenta años de carrera, pasando por técnicas de pasteles, óleos, grabados y dibujos.
La herencia plástica de Petrona Viera
“Yo sé que para los seres sensibles no es fácil resolver la vía. La sensibilidad significa siempre vulnerabilidad y es necesario que el ambiente sea propicio al que tales condiciones tiene, para que pueda dar ancho campo a su alma y permitirle vivir sin lastimaduras”. En 1940 María Petrona Viera Garino dejaba estas palabras en una entrevista para la revista argentina Atlántida. Sensibilidad y vulnerabilidad, dos palabras interconectadas en su sentir y que atravesaron su vida desde temprana edad.
La artista nació en 1895 en el seno de una influyente familia de Montevideo. A los dos años, a causa de una meningitis, perdió completamente la audición. Era la primogénita de Carmen Garino y Feliciano Viera – quién fue miembro del partido colorado y ocupó la presidencia del país entre 1915 y 1919 –, ambos estimulaban el desarrollo artístico en sus once hijos.
En el hogar de los Viera, músicos y otros artistas eran bienvenidos, por eso, así como Petrona, muchos de sus hermanos cultivaron el gusto por el arte. La excelente posición de la familia le permitió recibir clases particulares dictadas por una maestra francesa especializada en niños con discapacidad auditiva. Así, a temprana edad aprendió a comunicarse mediante el lenguaje de señas.
Su vocación por la pintura la condujo hacia los estudios formales en 1913, cuando tenía 18 años. Tan solo dos años más tarde, realizó su primera muestra, lo que la convirtió en la primera mujer en dedicarse a la pintura en Uruguay de forma profesional. Sus obras se acercan al planismo – experiencia estética introducida por José Cuneo – de los pintores uruguayos de los años veinte, que recurrían a imágenes bidimensionales, dejando de lado la profundidad. Inicialmente aprendió dibujo y pintura con Vicente Puig, maestro catalán radicado en Uruguay y un pionero del modernismo. A partir de 1922 y durante varios años, Guillermo Laborde, un destacado artista y docente uruguayo, relevante por su aporte a la corriente planista, se convirtió en su maestro y amigo.
Su fase planista siguió en desarrollo hasta 1943, cuando entonces incursionó, con la influencia y auxilio del profesor y pintor Guillermo Rodríguez, por técnicas como acuarela, grabados sobre madera y metal. Aunque más tarde volvería al planismo, corriente estética que por fin la caracterizó. Los motivos de sus cuadros eran variados: paisajes, desnudos, autorretratos, juegos de la infancia y retratos familiares. Su técnica – óleo en mayor medida –, se caracteriza por luminosidad, grandes pinceladas de color sin modular y cromatismo. A lo largo de su trayectoria dejó declaraciones como: “Sé que existe algo que jamás hay que entregar a las exigencias de la vida, en el suceder de los acontecimientos y de los fracasos: el optimismo”. Ese ángulo por el cual miraba la vida quedó sin dudas retratado en la paleta y los trazos que caracterizan su obra.
Petrona tuvo un camino marcado por hechos poco comunes para la época y fue una gran admiradora de la soledad. Pese a las condiciones económicas favorables y el entorno familiar saludable en que nació, su trayectoria fue marcada por pérdidas y un cáncer al final de la vida. Falleció el 4 de octubre de 1960, a los 65 años, en la ciudad que la vio nacer, dejando un legado de pionerismo.
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La muestra de Petrona Viera en Chile, “La creación sin fin”, podrá visitarse hasta el 29 de enero en la Sala Chile del MNBA.
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