POR: Marisol Alarcón, socia cofundadora de Laboratoria y Kaudal.
Hace poco, en una sesión de mentoría en Laboratoria+, conversaba con una de las participantes sobre las inseguridades que a veces nos detienen en nuestras carreras. Me trajo de vuelta a uno de los episodios en mi vida donde casi permito que mis miedos me frenaran de tomar una de las aventuras profesionales más lindas que he tenido.
Llevaba dos años creando e impulsando Laboratoria en Chile, mientras apoyaba también el desarrollo de nuestra estructura regional. Estábamos creciendo rápido y surgió la necesidad de un nuevo rol enfocado en construir alianzas y levantar recursos para nuestra expansión en Latinoamérica. Dada mi experiencia previa y mi ADN de generadora de redes, era la persona indicada. No obstante, había algo nuevo en mi vida que me hizo dudar: asumiría este rol justo después de convertirme en mamá por primera vez.
Aún me es difícil recordar todo el temor e inseguridad que sentí en esa época. Me caracterizo por ser una persona muy apasionada por las causas en las que trabajo. Pensar que llegaría otra responsabilidad más grande e importante en mi vida era difícil de imaginar. Un día, impulsada por el terror que sentía, le dije a mi socia y amiga: “me tengo que retirar de Laboratoria, ya hice lo que tenía que hacer y no sirvo para lo que viene.” Por suerte ella -siempre sabia- no me permitió tomar ninguna decisión y me dijo que esperara a tener a mi hija y que eso lo veríamos después.
La referencia más cercana a la maternidad que había tenido era mi mamá, una mujer admirable que lo dejó todo por dedicarse a criar y acompañar a sus hijos. Yo amaba mi trabajo, amaba emprender y ver cómo crecía Laboratoria cada año. Por otro lado, mi socia y amiga, que había sido mamá un año antes, llevaba tranquilamente un rol de madre muy distinto. Le tocó vivir el auge más importante de Laboratoria a nivel mediático apenas se convirtió en mamá. Ella parecía compatibilizar ambos roles sin dejar de trabajar. Mi conflicto venía porque una parte de mi sentía que si no era tan entregada como mi mamá, simplemente no sería una buena madre y, por otro lado, ver a mi amiga me hacía saber que había otro camino. Sentía que yo no podría ser capaz de manejar bien ambas responsabilidades. Nuevamente, la opción era renunciar a mi carrera.
La verdad es que al recordar todo esto casi ocho años después, hoy con dos hijas preciosas y una trayectoria laboral que siguió creciendo, me tienta pensar “¡pero qué loca estaba!”. Es que efectivamente mis pensamientos pueden parecer muy exagerados, pero si consideramos que según la Organización Mundial de la Salud, el 25% de las embarazadas experimentan algún tipo de malestar psíquico, y una de cada cinco madres vivirá con algún trastorno de salud mental durante el embarazo y el primer año posparto, se puede comprender y empatizar con esta ansiedad y temor excesivo. No estaba loca, estaba embarazada, y con mucho miedo.
Cuando analizamos los datos sobre maternidad y trabajo, la cantidad de mujeres que dejan la fuerza laboral al convertirse en madres es inmensa. Según el artículo de The Economist “La penalización de la maternidad”, el 38% de las mujeres en América Latina abandonan la fuerza laboral durante el primer año después del nacimiento de su primer hijo. En muchos casos el motivo es la falta de redes de apoyo, sumado a una sociedad donde todavía existe inequidad de género en la crianza y en roles de cuidado. ¿Cuántas mujeres dejaron de trabajar por temores y miedos excesivos e infundados sobre el estado mental en el que uno se encuentra cuando está embarazada? ¿Cuántas no contaron con buenos consejos y ayuda en esos momentos y terminaron renunciando? ¿Cuántas de ellas terminaron sin volver a trabajar hasta 5 o 10 años después?
En mi caso personal, por suerte le hice caso a mi socia-amiga y no renuncié (qué privilegiada fui, además, al tener el apoyo de mi marido, de mi madre y ayuda en la casa). De hecho, durante los siguientes años, formé una división crítica para Laboratoria, que nos ayudó a contar con los mejores aliados internacionales para crecer por toda la región e impactar a miles de mujeres. Lo hice no con una, sino con dos hijas y un equipo espectacular. Es decir, pude seguir aportando y mucho. Creo que incluso más que antes.
Cada mujer descubre su forma de ser mamá, junto a su(s) hijos(as) y pareja si la tiene. Hoy, con mis hijas de 7 y 5 años, considero que ser mamá es uno de mis súper poderes, ya que me agregó una motivación más en la vida, una razón para ser más equilibrada entre el trabajo y la vida personal, un motivo más para seguir trabajando por un mundo mejor y para ser buena persona. Es además una recarga de amor permanente, que dentro del cansancio propio de la crianza, es la mejor energía que podemos pedir.
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