Fue pieza clave en la reunión que la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, tuvo en Guatemala para abordar la crisis migratoria. Como tantas veces en su historia, la voz de la guatemalteca emerge como un grito por la paz y la justicia.
A casi 30 años de recibir el Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú Tum continúa alzando la voz para lograr la reivindicación de los derechos indígenas y la justicia en su país. Su más reciente aparición fue en un encuentro que los líderes sociales guatemaltecos sostuvieron con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, quien realizó una inédita gira por Centroamérica en búsqueda de una solución al conflicto migratorio.
Conocida por ser la primera indígena y la persona más joven en recibir el Nobel, la activista por los derechos humanos, ha dedicado su vida a promover la recuperación y enriquecimiento de los valores, desde la construcción de una ética de paz mundial. Para lo cual, define como pilares fundamentales: la diversidad étnica, política y cultural de todos pueblos del mundo.
Su alma aguerrida se formó desde los 5 años, cuando empezó a trabajar en una finca junto a su familia en el área agrícola. En esos tiempos, se vivía una pugna entre terratenientes, campesinos y miembros del ejército de Guatemala, la que finalmente terminó con la vida de su padre, su madre y su hermano, quienes fueron torturados hasta el final por los militares y la policía, más conocida como “escuadrones de la muerte”.
Luego de vivir ese doloroso episodio, su vida se transformó. Al tiempo, se sumó a una campaña pacífica de denuncia del régimen guatemalteco y su continua violación de los derechos humanos de los campesinos indígenas. En 1978, fundó la Comité de Unidad Campesina (CUC) y la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG). El temor a las represalías a sus demandas, la obligaron refugiarse en México, donde llegó con el apoyo de grupos militantes católicos. Desde las tierras aztecas, siguió denunciando la grave situación de los indios guatemaltecos, y en forma paralela se sumó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas en la ONU. Un verdadero hito en una vida llena de luchas.
El 10 de diciembre de 1992, Rigoberta Menchú recibió el máximo reconocimiento del mundo y a nadie le sorprendió. Su inconfundible estampa ya se había transformado en un referente en la defensa de los derechos fundamentales, pero que palabras recorrieron el mundo como un grito de reinvindicación y esperanza. “Considero este premio, no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la represión y la discriminación”, dijo.
En 2007 fue candidata a la Presidencia y desde el 2020, lidera una campaña para que se incluya a las organizaciones indígenas en el diálogo nacional que convocó en medio de la crisis política que vive su país, aludiendo que el llamado al diálogo que ha realizado parcial, a conveniencia y sin representación de los distintos sectores de la sociedad.
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