La llamada de whatsapp repiquetea hasta que Renata Schussheim, desde Argentina, atiende el celular. En la pantalla del móvil, junto al sonido de su voz, se revela su foto de perfil. Es un gato con una peluca de color rojizo, dividida en dos cachitos y un flequillo corto. Se trata del mismo – o al menos parecido- color de cabello que Renata utiliza hace muchos años, ya no recuerda cuántos, combinado con el azul intenso de sus ojos. “Sí, tengo una predilección absoluta por el rojo”, comenta.
Algunos amigos le dicen “la colorada”. Y así como el rojo figura en su cabello, también se sitúa en parte importante de su corpus de obras, lo cual emerge de un gesto simplemente identitario, pero también de un libro que leyó hace ya unas décadas, escrito por su amiga porteña Cecilia Absatz. “En él decía que todas las mujeres en algún momento de sus vidas tenían que ser pelirrojas. Yo leí eso y dije ‘es lo que voy a hacer’, y ahí fue que me teñí, hace muchísimo tiempo. Siempre que veo a Cecilia le digo: vos sos la culpable”, cuenta la artista entre risas.
Renata Schussheim nació en Buenos Aires en 1949, es artista plástica, diseñadora de vestuario, directora de arte, entre muchas cosas, pero siempre ha dicho que, en realidad, no le gustan las etiquetas. “Las disciplinas se han entremezclado mucho, por suerte, y las definiciones son menos precisas. Yo por lo menos que tengo un pie en el teatro y otro en las artes plásticas, pasa que he hecho cosas que son performance, por ejemplo, pero que no sabés si además son teatro, entonces clasificarlo es, de alguna manera, limitarlo”.
Se sabe de Renata que a los 9 años incursionó por primera vez en el dibujo tomando clases con la artista argentina Ana Tarsia. Que le pidió a Carlos Alonso ser su alumna sólo unos años después. Que su primera exposición la realizó en la galería El laberinto a los 15 años, donde conoció al coreógrafo Oscar Araiz, quien luego la invitó a realizar su primer vestuario teatral para Romeo y Julieta en el Teatro San Martín. Que uno de los primeros referentes artísticos en su vida es El Bosco, a quien llama “uno de sus padres”. Que es una gran amiga y partner de trabajo de Charly García. Algunos saben, también, que hoy está exponiendo en el Centro Cultural Recoleta una muestra llamada Al Rojo Vivo, donde es ese, su color predilecto, el hilo conductor que condensa el versátil repertorio que ha gestado en al menos cinco décadas de carrera.
Dividida en tres componentes que recorren su trayectoria, Al Rojo Vivo tiene una parte dedicada al rock, donde Renata participó activamente como directora de arte para Charly, Spinetta y Moura. Luego, otra sala reúne su extenso terreno onírico, andrógino y animal de dibujos y pinturas, y un tercer espacio muestra los vestuarios y figurines que realizó para obras de teatro y óperas en Argentina, Chile, España, Alemania e Italia. Como el mismo nombre de la exposición indica, el color rojo oxigena cada uno de esos momentos plásticos.
La llamada continúa y se habla de eso, del rojo, primero en sus vestuarios y figurines realizados para el teatro, el musical y la ópera. Uno de ellos fue confeccionado para Carmen, ópera presentada en el Teatro Municipal de Santiago de Chile en 2012. En ella, el personaje de la gitana viste una prenda realizada por Renata, un vestido español de estilo flamenco que a partir del rojo fulguroso que integra en completitud nos revela la intensa personalidad de Carmen. “Muchas protagonistas de ópera o ballet de golpe las pongo en rojo porque es una llamarada arriba del escenario, es un color que tiene una intensidad muy particular, y es como muy caliente”, comenta la artista.
Ese fulgor que brota del uso de tonos rojizos se asoma en gran parte de sus pinturas y dibujos, algunas expuestas en la muestra del Recoleta. Allí, retornan los cuadros de Estados de Gracia, una serie de retratos que creó inspirándose en Gandhi (Página 12), Totó (payaso del Cirque du Solei), Facu (el actor Facundo Rubiño) y Jean François Casanovas (bailarín y coreógrafo). En uno de ellos aparece François en primer plano destellando su faceta transformista, muy conectada a lo que fueron sus obras y trabajos coreográficos a lo largo de su vida. El fondo pintado de rojo en la imagen, al igual que el color de sus labios, resaltan aún más su rostro queerizado, el cual Renata conoció por mucho tiempo como diseñadora de vestuario de varios de sus proyectos artísticos.
En esa misma sala donde observamos Estados de Gracia, se proyectan en una de las paredes las mujeres pájaros de Renata. Han transcurrido dieciséis años desde que la artista expuso aquellos retratos femeninos vestidos con sombreros, todos decorados de pájaros embalsamados, remitiendo a la moda europea de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Titulada Pájaros en la cabeza, esta exhibición problematiza una frase que siempre ha llevado consigo, para la artista, un potente sesgo de género: ¿”Pero qué tenés, pajaritos en la cabeza?” —como diciendo, “no pensás bien”. Es una expresión que nunca se ha dirigido a un hombre, señala Renata. Así, a través de un mundo satírico que juega con las palabras y los pájaros encima de los sombreros, Renata se sitúa en un pasado vestimentario donde los animales muertos se exhibían literalmente arriba del cuerpo, para luego transformarse en un dicho usado con el propósito de cuestionar la inteligencia de las mujeres. Ahora, la propuesta de esa exposición reaparece, pero esta vez proyectada; en medio de la pared flota un rostro femenino ornamentado con un sombrero negro compuesto por dos cuervos, mientras el color rojo detrás grita por sí mismo.
Antes de finalizar el llamado, la porteña menciona que se reunirá en unos minutos con Charly García, quien vive a tres cuadras de su casa en Buenos Aires. Se ven seguido, y esta vez se juntarán dado que Renata estará a cargo, como lo ha hecho desde que se conocieron en los años setenta, del diseño de portada de su nuevo álbum. ¿Resulta fácil pensar a Charly en rojo? Para Renata, pareciera ser una imagen que surge de forma natural, especialmente si consideramos que su muestra más reciente integra un traje tipo frac de color rojo y, por detrás, un retrato del músico rodeado de rosas bordadas de la misma tonalidad.
Por Javiera Fernández
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