Por Kata Vásquez, Máster en Neurociencias Aplicadas y Educación Emocional
Cada vez que escuchamos frases como “los hombres son mejores líderes” o “las mujeres son más emocionales”, no solo repetimos estereotipos, sino que reforzamos estructuras de pensamiento que perpetúan la desigualdad.
La neurociencia ha demostrado que los sesgos de género no son únicamente el resultado de normas sociales o educación, sino que están profundamente arraigados en nuestros circuitos neuronales. Desde la infancia, absorbemos patrones culturales que moldean nuestras percepciones y expectativas sobre hombres y mujeres. Estos sesgos inconscientes influyen en decisiones de todo nivel: desde los juguetes que elegimos para un niño o una niña, hasta a quién consideramos más competente en el ámbito laboral.
Un estudio de la Universidad de Yale reveló que tanto hombres como mujeres suelen calificar con menor competencia a las candidatas femeninas para un puesto en ciencias, aun cuando su currículum es idéntico al de un candidato masculino. Este tipo de sesgos operan de manera automática y afectan la brecha salarial, la representación en cargos directivos y la credibilidad de las mujeres en diversas profesiones.
Además, la Dra. Brené Brown, investigadora de la Universidad de Houston, ha demostrado en sus estudios sobre vulnerabilidad y liderazgo que las mujeres aprenden desde la infancia a sentirse avergonzadas cuando no cumplen con los estándares imposibles que la sociedad les impone. Se espera que sean impecables en todos los ámbitos: lucir bien, ser buenas hijas, madres, profesionales y compañeras. Esta exigencia extrema genera un miedo constante al error y al juicio ajeno, afectando su autoconfianza y toma de decisiones. Mientras los hombres suelen ser socializados para no mostrar vulnerabilidad, a las mujeres se les castiga por no ser “suficientes” en cualquier aspecto de su vida.
La buena noticia es que el cerebro es plástico, lo que significa que podemos reconfigurar estos patrones de pensamiento. Algunas estrategias basadas en la neurociencia para avanzar hacia una mentalidad más equitativa incluyen:
- Tomar conciencia del sesgo: Identificar pensamientos o reacciones automáticas. ¿Alguna vez has dudado de la autoridad de una mujer sin una razón objetiva? ¿Te ha sorprendido que una mujer sea experta en un área dominada por hombres? La autoconciencia es el primer paso para el cambio.
- Reconfigurar nuestras asociaciones mentales: La exposición repetida a modelos femeninos en roles de liderazgo y áreas técnicas ayuda a modificar las conexiones neuronales que refuerzan estereotipos. Si al pensar en un “líder” visualizas a un hombre, intenta incorporar conscientemente más referentes femeninos en tu imaginario.
- Modificar el lenguaje y la narrativa: Las palabras que usamos refuerzan creencias. Expresiones como “ayudar en casa” en lugar de “compartir responsabilidades” perpetúan la idea de que ciertas tareas tienen género. Cambiar el lenguaje contribuye a reestructurar nuestra percepción del mundo.
- Modelar el cambio en las nuevas generaciones: El cerebro infantil es altamente maleable. Para un futuro con menos sesgos, es fundamental educar sin etiquetas de género y exponer a niñas y niños a oportunidades equitativas. Mostrarles que son capaces y valiosos en su individualidad potencia sus talentos.
Más allá de las políticas y normativas, la verdadera transformación ocurre en la manera en que pensamos y tomamos decisiones cada día. La neurociencia confirma que cambiar es posible, y cada vez que optamos por una idea más justa, estamos reprogramando nuestro cerebro para construir un mundo mejor.