Por Gisselle Bracamonte Endre, directora MORE GREEN RECYCLE y gestora medioambiental
En los últimos años, Chile ha enfrentado importantes desafíos para el cumplimiento de una agenda sustentable, desarrollo sostenible y medioambiente. Un compromiso que se ha mantenido transversal en todas las administraciones y gobiernos. Pese al impulso de políticas públicas y campañas de reciclaje, aún estamos al debe en cuanto a reducción de plásticos en el norte grande.
Nuestro extenso desierto esconde hoy una compleja realidad que alcanza más de 1.600 toneladas mensuales de plásticos PET que son desechados a rellenos sanitarios y vertederos en la 1°, 2° y 3° región proveniente de faenas mineras, el cual se suma al consumo domiciliario, donde nuestro consumo de plástico supera los 51 kilos por persona al año. Actualmente, en Chile, se utilizan más de 55 mil toneladas anuales de PET virgen para la fabricación de envases, cuyo reciclaje sólo alcanza el 15% según datos de ASIPLA. Es decir, somos el país OCDE que ocupa el segundo lugar en el reciclaje más bajo dentro de la organización.
Por desgracia, nuestro desierto sigue siendo el protagonista y sede principal de esta realidad. Hemos visto que regiones como Tarapacá han destacado a nivel mundial por contar con los vertederos más grandes de ropa en zonas como Alto Hospicio, mientras que la contaminación de playas en Antofagasta y Atacama son una realidad constante. Si bien múltiples actores, público- privado, han trabajado por impulsar campañas de recolección y limpieza de playas, aún no es suficiente. Para lograr cambios sustantivos es necesaria la integración de nuevas modalidades de economía circular y sustentable que permitan dar una nueva vida al plástico y su reutilización, a partir del apoyo público – privado para la interacción entre ecosistemas de innovación, emprendimiento, empleo femenino, desarrollo comunitario, concientización, a fin de generar una nueva economía en torno al plástico.
Es sabido que el Pet(1) es utilizado por el 99,9% de los productores de líquidos, debido a que es económico y liviano, además esta resina es altamente reciclable. Sin embargo, el desafío se encuentra en cómo alcanzamos el 100% de su circularidad, junto con establecer una hoja de ruta clara y transversal para crear un criterio común en torno al reciclaje. Hemos visto y celebrado la aparición de envases 100% compostables y biodegradables, que si bien, pese a sus buenas intenciones, suelen perjudicar más que colaborar al propósito de la reintegración o aumento del ciclo de vida, puesto que hoy Chile no posee la tecnología o la industria para su reciclabilidad. Estas botellas, por lo tanto, terminan en las valorizadoras, incrementando el gasto por selección y descarte, donde finalmente se transforman en basura.
Esto, sin duda, nos revela que el plástico no es el problema, sino que más bien es un excelente material con pésimo uso, y su proceso de circulación y reciclaje debe ser potenciado. Estamos en un momento clave, con miras a la Ley REP, para que las industrias puedan hacerse cargo de sus residuos, recuperación y reciclaje, a fin de que Chile lidere entres los estándares de la OCDE. Pero no podemos hacerlo solos, este proceso debe estar acompañado de un proceso de transformación ciudadana, entendiendo al plástico como una nueva economía y de gran valor para la Macrozona norte.
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