En medio de un Skatepark, una pequeña de sólo 5 años sueña con la tabla.
La niña es la más pequeña del parque y entraba tímida, aferrada del brazo de su padre; casco amarillo, protecciones rosadas y muy expectante de ese “mundo diferente” que la rodeaba; literalmente, personas en el aire, otras en el suelo y la mayoría rodando a toda velocidad frente a su nariz. El ruido de tablas contra el suelo, ruedas y saltos, al principio es -o parece- abrumador, pero a los pocos minutos le dan un ambiente muy especial a todo el lugar; su propio soundtrack, como si fuera una película. La cara de la pequeña lo confirmaba.
Como una radiografía del deporte de hoy en día, la chica no era la única, pero era minoría. Por más que a su alrededor volaban mayoritariamente hombres, ella buscaba mujeres con mucho ahínco -ojalá de su edad, las que nunca encontró-. De pronto se le escuchó decir con felicidad, como descubriendo un tesoro: “Ahí hay otra mujer, ¡papá!”. Y sí, había otra chica…y otra y luego más de las que ella incluso creyó que encontraría. Encontró sus referentes, en el momento que más las necesitaba…
Sus ojitos se llenaron de emoción y como si la consumiera un Superpoder, le soltó el brazo a su padre y se adentró en el parque, sin miedo.
A poco avanzar, su orgullo y felicidad fueron creciendo. Veía como las chicas, con mayor o menor habilidad (aunque con la misma pasión), intentaban trucos. Veía como sus cuerpos se movían junto a sus tablas, con velocidad y plasticidad, sin esconder quiénes eran, ni tener que “parecerse” o “mimetizarse” con los hombres del lugar, o con quién sea que estuviese por ahí. Veía que los cascos, las tablas, las protecciones y toda la ropa era multicolor y variaba según personalidad y no según género…, pero lo más importante de todo, veía como las chicas luego de caerse, una y otra vez, y de darse durísimo en el suelo, se volvían a parar y lo volvían a intentar, siempre con éxito (sí, porque el éxito está en esa lucha por superarse, por mejorar y vencer esa adversidad, venga de donde venga).
El Skate le terminó de robar el corazón, cuando vio que todos los hombres alrededor -algunos con intimidantes looks para una niña de 5 años- las trataban a todas sin ninguna diferencia y, entre todas y todos, se apoyaban con igualdad, en comunidad y disfrutando de cada salto y logro personal, mientras todos y todas, juntxs, son felices cada vez que se suben a la tabla.
Esa niña presenció, en una tarde, una apología a la mujer en el deporte:
Ser minoría, pero creciendo…Contra dificultades, pero sin darse por vencidas y siempre poniéndose de pie. Encontró referentes que la inspiraron y le dieron valor. Y se enfrentó a una pequeña realidad donde los hombres y toda la sociedad no hicieron diferencias y entendieron el deporte como una comunidad en la que, sin importar de dónde vengas, cómo te veas o si eres mujer u hombre, todxs pueden encontrar un lugar y desarrollarse en el deporte con dignidad y pasión.
Una columna de Women4sports
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