Por Javiera Fernández
Desde ayer, uno de los filmes más esperados del año está llenando los cines del mundo, con un público expectante por ver la apuesta de una cineasta que con su innovadora y necesaria mirada de género se ha transformado en una de las directoras más reconocidas del último tiempo. Hoy pareciera ser que “Barbie”, la tercera película de Greta Gerwig, no deja a nadie indiferente.
La efectiva promoción que tuvo desde hace meses en todo el mundo, sumado al atractivo que añaden sus dos protagonistas, ambos nominados al Óscar por otras producciones, un soundtrack plagado de estrellas de la música y la dirección de una cineasta ya galardonada por sus dos largometrajes anteriores (Lady Bird y Mujercitas) han convertido a Barbie en un inevitable tema de conversación. Después de tanto preguntarnos qué sorpresas nos iba a traer este inédito live action, al verla por fin en pantalla grande podemos coincidir en algo: Sí, Greta Gerwig hace una sorprendente lectura crítica con perspectiva de género sobre la muñeca creada por la empresa Mattel en 1959.
La invitación de Greta Gerwig la conocemos desde el comienzo de la película, mientras la voz en off de una mujer narra el impacto que causó para tantas niñas esa primera Barbie de la historia, vestida con un traje de baño a rayas propio de la moda de los sesenta, cuando antes, en el mercado, las únicas muñecas disponibles eran bebés que imponían el ser madre como exclusiva posibilidad de juego. Y así, en ese comienzo del filme, que recrea graciosamente la famosa escena de Odisea 2001, conocida como “el amanecer del hombre”, en vez de huesos, las niñas destruyen las muñecas bebés con euforia, porque ahora tienen a Barbie para jugar, una mujer joven y estereotípicamente hermosa.
Esa reveladora escena nos permite entrar a dimensionar el impacto sociocultural que ha tenido Barbie para todas las generaciones que jugaron con ella en algún momento de sus vidas, donde ese rol buscado dentro de la experiencia lúdica, cuando niñas, ya no estaba en ser madres devotas, sino que una versión de sí mismas. Así, bajo el lema “tú puedes ser quien quieras ser”, Mattel creó la primera muñeca en la historia que representaba a una mujer independiente, con una profesión, una propiedad y, simplemente, dueña de la vida que quería llevar.
Después del hito que marca esa primera muñeca vestida con el traje de baño blanco y negro a rayas, creada por Ruth Handler, quien fue la presidenta de la empresa Mattel, el mundo ha conocido muchas Barbies, las que a diferencia de la vida real, como brillantemente Gerwig plasma en su película, no han tenido ningún tipo de barrera social, ni de clase, ni de género, ni raza, para llegar a ser quienes desean: doctoras, profesoras, abogadas, empresarias, escritoras, artistas, e incluso presidentas o premios Nobel. Todas habitan Barbieland, donde la violencia y la discriminación de género no tienen lugar, donde Barbie cumple sus metas y Ken, el hombre que la acompaña, creado por Mattel, sólo observa y halaga.
Con singular humor y la ironía siempre a fondo, Greta Gerwig problematiza esa contradicción que inevitablemente ronda a Barbie y a su mundo, símbolo de la cultura popular por excelencia (y el capitalismo) que si bien construye una esfera empoderante para las niñas y jóvenes de diferentes rincones del planeta, quienes ven en ella a una mujer profesional y dueña de su vida, también se encuentran con un ideal de belleza hegemónico muy ajeno a la realidad, que con ese cuerpo largo y esbelto también ha repercutido negativamente en la autoestima.
Es una potente contradicción, sobre todo si pensamos que la muñeca fue creada y se expandió en un momento de la historia en Estados Unidos en el que muchas mujeres seguían relegadas al espacio del hogar, luchando por adquirir derechos sociales y económicos en el contexto de la segunda ola feminista. Una época en que, tal como señala la actriz Margot Robbie en una entrevista previa al estreno mundial de la cinta – rescatando las conversaciones que tuvo con su directora – se lanzaba una muñeca Barbie que iba a la Luna mientras a las mujeres ni siquiera se les permitía tener tarjetas de crédito.
Esa dualidad que acarrean las Barbies existentes desde hace 64 años, en tanto representación de lo que podemos llamar empoderamiento femenino y a la vez un ejemplo atemporal de violencia estética, son la sustancia de esta cinta creada por una de las directoras de cine contemporáneas más reconocidas de Hollywood en el último tiempo. Con una apuesta visual magnética y el incuestionable talento de Margot Robbie como Barbie y Ryan Gosling en el papel de Ken, esta nueva cinta de Greta Gerwig nos adentra en una lectura feminista de la icónica muñeca, y que se disfruta especialmente si hasta hoy le tenemos aprecio, apreciamos, o jugamos con ella en algún momento de la vida, recordando en medio del cine cómo nos hizo sentir esa Barbie que escogimos para hacerla parte de nuestros juegos e imaginación, vengan las emociones que vengan.
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