Como nunca en la historia, las mujeres nos enfrentamos a un momento crucial para poder reivindicar años de lucha silenciosa.
POR Ana María Stuven, Historiadora, académica y periodista PUC/UDP
WOMEN TIMES”, TIEMPOS DE MUJERES. No puede ser más apropiado aceptar que los tiempos que vivimos son, o debieran ser, tiempos donde las mujeres finalmente ocupemos el lugar que hablar de igualdad de condiciones si el trabajo doméstico o de cuidado no se toma en consideración sabiendo que representaría más del 20% del PIB ampliado según Comunidad Mujer? ¿Podemos hablar de igualdad si continúan grandes brechas salariales, de acceso a puestos de poder en las empresas, de retraso por razones asociadas a la maternidad en el ascenso a categorías académicas superiores en las universidades, de inclusión de la mujer nos corresponde en una sociedad democrática, inspirada en los principios de igualdad y libertad.
Ha sido un largo camino, desde que a fines del siglo XIX muchas mujeres presionaran en la prensa y las distintas tribunas, para lograr un acceso igualitario a la educación. La lucha continuó a comienzos del siglo XX, cuando se promovió la creación de partidos políticos femeninos en protesta por su reclusión en secciones separadas dentro de los partidos políticos masculinos. Igualmente pedregoso fue el camino hacia lograr, primero el voto “pedagógico” –como si tuviéramos que aprender a votar– en 1934 solo para elecciones municipales, y luego el pleno derecho a sufragio que recién ejercimos para los comicios presidenciales de 1952.
Desde esos momentos fundacionales de nuestra presencia en la esfera pública, ha debido correr mucha agua bajo los puentes para lograr avances igualitarios que están lejos aún de completarse. ¿Podemos, por ejemplo, hablar de igualdad de condiciones si el trabajo doméstico o de cuidado no se toma en consideración sabiendo que representaría más del 20% del PIB ampliado según Comunidad Mujer? ¿Podemos hablar de igualdad si continúan grandes brechas salariales, de acceso a puestos de poder en las empresas, de retraso por razones asociadas a la maternidad en el ascenso a categorías académicas superiores en las universidades, de inclusión de la mujer en cargos altos en las distintas iglesias cristianas? Todas estas son deudas históricas que requieren saldarse con urgencia, ahora cuando la pandemia ha visibilizado aún más la necesidad de una cultura de integración.
Ninguna cultura logra su objetivo pleno sin la debida socialización de sus postulados. En ese sentido, tanto el feminismo como los estudios de género han sido aportes significativos para llegar a tener una Convención Constitucional paritaria, algo inédito en el mundo. Corresponde ahora introducir el enfoque de género tanto en los debates como en la misma Constitución, lo cual implica considerar las realidades, necesidades y deseos de la mujer en su diversidad, superando los paradigmas que tienden a mantener la relación de desigualdad entre géneros y adoptando principios no discriminatorios, explicitando la condena hacia la violencia de género –tal como actualmente se prohíbe la esclavitud– y reconociendo también la plena ciudadanía de las mujeres de manera que, en adelante, la legislación deba regirse por estos principios. Recién ahí se habrá logrado vivir plenamente en “tiempos de mujeres.
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