La joven que hoy vive como refugiada en Canadá, lanzó recientemente su libro donde narra sus años de preparación para huir de su país y empezar una nueva vida lejos de los abusos y maltratos a los que era sometida por ser mujer y lesbiana en Arabia Saudita, uno de los países más misóginos del mundo.
“Lo único que me separaba de la libertad era un trayecto en coche. Hacía más de un año que estaba lista, esperando el momento adecuado para escapar. Tenía dieciocho años y me aterraba que mi meticuloso plan fracasara. Pero mi corazón se revelaba en contra del omnipresente terror y la crueldad de las leyes y tradiciones ancestrales que oprimen y en ocasiones también matan a las chicas como yo en Arabia Saudí. Y me sentía eufórica cuando imaginaba mi vida lejos de allí”.
Así comienza Rebelde; mi huida de Arabia Saudita hacia la libertad, el libro lanzado recientemente por Rahaf Mohammed, activista por la protección de las mujeres que el 5 de enero de 2019, después de tres años de planificación, y con apenas 18 años, aprovechó un viaje familiar de vacaciones para escapar a Tailandia y comenzar un periplo que la llevaría lejos de los abusos por parte de la conservadora sociedad de Arabia Saudita, uno de los país más peligrosos para ser mujer… y lesbiana.
Rahaf preparó su huida minuciosamente y ese día puso en marcha su plan. En el aeropuerto de Bangkok, desde donde volaría a Melbourne para pedir asilo, la interceptaron. Pero quienes la retuvieron cometieron un error: le quitaron el pasaporte, no el teléfono, y eso terminó salvándole la vida. Desde la habitación en la que la tenían encerrada a la espera de que saliera el próximo vuelo de regreso a casa, desesperada, empezó a tuitear su historia: “Mi vida está en peligro si me obligan a volver a Arabia Saudí. Tengo 18 años. No puedo hacer nada. Tienen mi pasaporte y mañana me obligarán a regresar. Por favor, ayúdenme. Me van a matar”.
Todo el proceso de escape lo fue relatando vía Twitter, donde decía que había escapado de Kuwait y que su vida correría peligro si la obligaban a regresar a Arabia Saudita: la renuncia al Islam se castiga con la muerte en ese país. Se atrincheró en la habitación de un hotel y su caso se hizo viral. Finalmente, mediante la agencia de Naciones Unidas para Refugiados (Acnur), Rahaf pudo iniciar una vida lejos de la familia Al-Qunun, de la que no quiere conservar ni el apellido.
“Los colores cálidos y suaves de Arabia Saudí contrastan duramente con la imagen de cuerpos envueltos en sacos negros paseando por sus senderos. Las mujeres y las niñas de más de doce años van cubiertas para evitar que cualquier hombre pose su mirada en las formas de su cuerpo. De hecho, en mi familia, yo tuve que empezar a lucir abaya, una especie de vestido negro amplio y recto que cubre todo el cuerpo desde los hombros, a los nueve años, y niqab, que es como una máscara sobre nuestro rostro, que solo deja ver los ojos, a la tierna edad de doce años. Aún era una niña cuando empecé a preguntarme si aquello era algún tipo de castigo. Si es el hombre quien no puede controlarse, ¿por qué debe ser la mujer quien se esconda detrás de tela como si fuera culpa suya? Y si las mujeres tienen que cubrirse, ¿por qué los hombres que no visten vaqueros o ropa occidental llevan túnicas blancas, que reflejan el calor abrasador, mientras las mujeres deben vestir de negro, que lo absorbe?”, escribe en su libro.
Rahaf, además, había sido educada en el más tradicionalista y fundamentalista wahabismo, una interpretación extrema del islam, pero desde muy temprano se cuestionó el poder que tenían los hombres por sobre las mujeres. En su casa y en el colegio escuchaba cosas como: “Las mujeres que quieren conducir son putas”; “Si montaras en bici, perderías la virginidad y te convertirías en lesbiana”. Rahaf no se resignó y luchó hasta obtener su libertad.
Fue Canadá finalmente el país que le otorgó el asilo, lugar donde vive hasta hoy, participando como activista por los derechos LGBTQ+ y por la protección de todas las niñas y adolescentes alrededor del mundo que se encuentren amenazadas por el machismo y la misoginia.
“Los hombres son lo más importante en mi país. Son quienes toman las decisiones, ostentan el poder y preservan la religión y la cultura. Las mujeres, por otro lado, no son tenidas en cuenta, sufren acoso y son objeto de una obsesión enfermiza de los hombres con la pureza. Es una estructura frágil, compleja y retorcida, que corre el riesgo de desmoronarse si se enfrenta a la verdad”, relata en su libro.
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