Con 83 años, es considerada una pieza clave del feminismo en Argentina. Sus investigaciones reivindican el derecho de las mujeres al placer a cualquier edad.
La vida de Esther Díaz (1939) se puede dividir en dos mitades. Primero como estudiosa, amante de la lectura, de la filosofía y de la obra de Michel Foucault, a quien introdujo en el ambiente académico argentino. La otra mitad, pasados sus 50, fue cuando se le abrió un mundo diferente, en el que se abrió a nuevas experiencias. Eso sí, dice, ambas vidas han corrido un poco en paralelo, porque nunca dejó de estudiar. “Yo podía estar de joda hasta las cuatro o cinco de la mañana, me daba una ducha e iba a dar clase. Nunca dejé de estudiar y nunca dejé la joda. Hoy, estoy dispuesta a cualquier aventura”, reconoció, al portal Infoabae.
Doctora en Filosofía y conferencista internacional, luego de cursar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dictó seminarios de posgrado en varias universidades sobre Metodología de la Ciencia y Epistemología, convirtiéndose en una referente para las feministas de todo el continente.
A lo largo su carrera, Díaz se ha especializado en el estudio del feminismo y las prácticas sexuales en las distintas sociedades. En 2018, el realizador Martin Farina le dedicó el documental “Mujer Nómade”, donde la intectual se autodefinió como una “filósofa punk”. Dos años más tarde, se animó a participar en un video del grupo “Miranda”.
Su autobiografía da cuenta de su evolución como hija, esposa, ciudadana y mujer empoderada que supo cultivar sus intereses con determinación.
Sus padres, acomodados y conservadores, le habían impedido asistir al colegio, por lo que lloró mucho, aunque sin resultados por ser menor de edad. Luego, tras ingresar a la enseñanza básica, la biblioteca se convirtió en su gran refugio. Le apasionaba el estudio, los libros y todo lo relacionado a lo académico. Por eso, cuando sus padres le negaron la posibilidad de estudiar en la enseñanza media, optó por meterse a un claustro de monjas, pensando que ellas eran tan creyentes como estudiosas.
“Cuando se me frustra la posibilidad de estudiar me metí a monja de claustro, pero no es tan loco como parece. Yo fantaseaba con que las monjas estudiaban, pero cuando las conocí me di cuenta de que eran unas ignorantes. El latín lo cantaban por fonética, no sabían latín”, reveló.
Esther cuenta que su crecimiento intelectual despegó sólo cuando juntó las fuerzas para abandonar a su marido, quien ejercía violencia física y sicológica hacia ella. Recién a los 50 años y cuando sus dos hijos comenzaban a independizarse, comenzó a vivir un destape que luego la llevó a concentrarse en sus investigaciones.
“No soy una una mujer tradicional. Según pasan los años hay menos posibilidades de ligar, pero si somos adultos y estamos de acuerdo en algo, no creo que haya objeciones en entregarse al deseo”, escribió en uno de sus ensayos, donde llama a las mujeres a conectarse con sus cuerpos.
Desde 1998, dirige la Maestría en Metodología de la Investigación Científica impartida en la Universidad Nacional de Lanús, donde además de dictar clases ejerce como investigadora.
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