La muerte de Madeleine Albright, a los 84 años, ocurre justo cuando el peor de sus temores se hace realidad. Hace ya más de una década, había advertido de la posibilidad de un conflicto bélico en Ucrania. De hecho, los más cercanos a la primera mujer en ocupar el puesto de Secretaria de Estado de Estados Unidos, afirman que hasta horas antes de su último suspiro, seguía preguntando por la avanzada de las tropas rusas por las cuatro principales ciudades del país de Volodemir Zelenski.
No podía ser de otra manera. La búsqueda de la paz y las garantías democráticas son los objetivos que mejor definen el leit motiv de una de las mujeres más destacadas de la política norteamericana que ha sido calificada como la diplomática más influyente del siglo. Seguramente, las noticias desde Europa del Este le traían a la memoria los dos exilios que marcaron una infancia que sólo encontró estabilidad cuando se instaló en el Estado de Colorado.
Nacida como Marie Jana Korbelová en el barrio de Smíchov de Praga, heredó de su padre, el diplomático checoslovaco Josef Korbel, su afición a la historia y la ciencia política. Su familia huyó de Hitler, tras la invasión de su país por los nazis, y luego, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial fue obligada a dejar Checoslovaquia. «Siempre he valorado el apego de las personas a sus raíces, porque yo sufrí el trauma de ser obligada a abandonar mis raíces cuando era una niña», reconoció hace años a una agencia informativa.
Madeleine Albright abrió todas las puertas que históricamente estuvieron cerradas para las mujeres en el mundo de la diplomacia. Según los analistas internacionales, deja un enorme legado difícil de resumir. Fue la primera mujer en la historia de Estados Unidos en dirigir sus relaciones diplomáticas en una etapa en la que nacía un nuevo orden mundial, producto del fin de la Guerra Fría. Como Secretaria de Estado tuvo que involucrarse en las dos mayores crisis de política exterior de la década de 1990: los genocidios en Ruanda y la guerra de Bosnia-Herzegovina. De esta última destacó su papel para la consecución de los acuerdos de paz de Dayton.
Hace 23 años, el día que la República Checa ingresó a la OTAN, pronunció un discurso que al día de hoy parece una profecía. “Es posible que quienes no hayan conocido la tiranía tengan la sensación de que el enemigo no existe. Algunos piensan que estas amenazas ya no son relevantes y ya no deben preocuparse por el destino de Europa Central tanto como sus antepasados. Nunca debemos ser autocomplacientes y hacer como si el totalitarismo ya ha quedado lejos”.
Los reconocimientos no le fueron escasos. Uno de los más importantes lo recibió en 2012, cuando el Presidente Barack Obama le otorgó a Albright la Medalla de la Libertad, el mayor honor civil de la Nación. En su discurso, el Mandatario afirmó que “la vida y obra de esta tremenda mujer es una inspiración para todos los estadounidenses”.
En su biografía, titulada La mujer más poderosa de Estados Unidos, aconsejó a las mujeres a atreverse a liderar y ser enfocadas en sus objetivos. “Tienen actuar con más confianza” y “hacer preguntas cuando éstas aparezcan y no esperar para preguntar”, manifestó, al celebrar el avance femenino en todas las áreas.
En su hora final, estuvo rodeada de sus seres queridos, quienes la definieron como “una amorosa madre, abuela, hermana y amiga. Para el mundo fue una campeona incansable de la democracia y los derechos humanos”.
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