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Natalia Litvinova: “La autoficción es necesaria para contar los acontecimientos desde perspectivas no hegemónicas”

En la literatura contemporánea, el acto de recordar se transforma en una herramienta poderosa para reconfigurar el pasado y explorar las tensiones de la identidad. Esto es especialmente cierto en el caso de la escritora bielorrusa-argentina Natalia Litvinova, ganadora del Premio Lumen de Novela 2024, quien, a través de su obra Luciérnaga, abre una ventana hacia las cicatrices de su infancia en Bielorrusia, marcadas por el desastre de Chernóbil, y hacia la experiencia migratoria que definió su adolescencia en Argentina.

La autora describe la escritura como un proceso que “repta hacia el pasado”, tropezando entre recuerdos fragmentados. En su caso, estos fragmentos incluyen los bosques de su infancia, la escuela de ballet y las leyendas sobre la radiación, incomprensibles en su niñez pero devastadoras en retrospectiva. A través de la autoficción, Litvinova rescata los relatos familiares —a su abuela, secuestrada por los nazis, o las historias de guerra de su abuelo— para tejer una narrativa que dialoga entre lo personal y lo colectivo.

“Luciérnaga” es una historia profundamente personal, un microrrelato que encapsula el impacto devastador de Chernóbil en 1986. Este desastre no solo define el trasfondo de la novela, sino que también se erige como un recordatorio constante de la fragilidad humana frente a la catástrofe. Para la autora, escribir sobre la radiación fue una forma de confrontar una obsesión, un elemento que necesitaba liberar a través de las palabras. “Es un tema que impacta porque, lamentablemente, puede volver a ocurrir. Hay centrales nucleares en zonas de guerra, y me pregunto: ¿estaremos mejor preparados si esto sucede? ¿Seremos capaces de involucrarnos, de sanar la tierra, a los animales y a las personas afectadas?”, reflexiona en entrevista con WT.

Escritura como espejo

Desde su trabajo en esta novela, la escritora plantea que la autoficción no es simplemente un acto introspectivo, sino una forma de reconstruir un espejo roto en el que convergen historias individuales y colectivas. En Luciérnaga, transita entre lo autobiográfico y lo poético, incorporando elementos de la fábula para conectar con su historia familiar. Sobre este recurso, Natalia sostiene: “Fue la manera que encontré de descender a ese lugar donde están los ancestros, como mi abuela materna, Catalina, a quien no conocí”.

La experiencia migratoria

Mientras su niñez transcurrió en Bielorrusia, su adolescencia y vida posterior estuvieron marcadas por la llegada a un lugar completamente distinto, no solo en términos geográficos, sino también culturales: Argentina. La migración añadió una capa de complejidad a su identidad, convirtiéndola en un “sapo de otro pozo” durante su adolescencia en el país sudamericano. Esta dualidad, con toda su complejidad, se convirtió en un recurso literario invaluable. “Sin ella, escribir sería más difícil para mí. Me interesa acercar los opuestos, anudar historias que parecen distantes, encontrar esa luz que surge cuando algo choca o se encuentra. De cualquier manera, creo que todos experimentamos la extranjería al escribir. Nos desconocemos a nosotros mismos para poder habitar algo de lo que fuimos”, comenta.

Litvinova culmina reflexionando sobre el valor de la autoficción y los microrrelatos como herramientas esenciales para narrar desde perspectivas históricamente invisibilizadas. “La autoficción es necesaria para contar los acontecimientos desde perspectivas no hegemónicas, desde los márgenes, desde lo que falta”, afirma. Con Luciérnaga, la escritora no sólo ilumina los rincones oscuros de la memoria, sino que también desafía las narrativas dominantes, aquellas que, desde una visión occidental, tienden a relegar aquello que se encuentra lejos de su centro neurálgico. Desde su experiencia, Natalia Litvinova ofrece un relato profundamente sensible y personal sobre lo que implica habitar, incluso hasta hoy, las huellas de la radiación.

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