En la era de las redes sociales y las aplicaciones de citas, las formas de vincularse afectivamente han cambiado. Lo que antes podía parecer una relación que avanzaba con pasos definidos, hoy puede quedar suspendido en un espacio ambiguo de mensajes, reacciones y comentarios esporádicos. En ese contexto, ha surgido el concepto de breadcrumbing, una forma de manipulación emocional que se expresa a través de señales de interés intermitentes, pero sostenidas en el tiempo, sin intención real de establecer un vínculo afectivo claro.
Este patrón de comportamiento ocurre cuando una persona mantiene la atención de otra mediante pequeñas interacciones —un mensaje, un emoji, un “me gusta” en redes sociales— que no llevan a ningún tipo de compromiso emocional ni a la construcción de una relación concreta. Es una práctica que puede parecer inocua en un inicio, pero que termina generando frustración, ansiedad e inseguridad en quien espera algo más. Según el psicólogo español Raúl Navarro Olivas, se trata de un comportamiento que responde a la lógica del refuerzo intermitente, similar a lo que ocurre en las máquinas tragamonedas: la persona recibe premios de forma aleatoria, lo que la lleva a seguir esperando, sin saber si en algún momento se concretará algo.
Aunque el término breadcrumbing es reciente y proviene del ámbito anglosajón, el comportamiento en sí no es nuevo. Lo que ha cambiado es el escenario: el desarrollo tecnológico y la expansión de las redes sociales han hecho que estas dinámicas sean más frecuentes y difíciles de identificar. Plataformas como Instagram, WhatsApp o Tinder permiten mantener un tipo de presencia constante, aunque vacía de profundidad emocional, lo que facilita este tipo de vínculo sin compromiso.
Una de las características más comunes del breadcrumbing es la inconsistencia en la comunicación. La persona que lo ejerce aparece y desaparece sin explicación, mantiene conversaciones sin continuidad y evita comprometerse a planes o encuentros presenciales. Aunque puede compartir detalles superficiales de su vida cotidiana, rara vez se abre emocionalmente o integra al otro en su entorno más íntimo. También evita proyectar planes de futuro, pero continúa enviando señales que mantienen la ilusión de que algo más podría suceder.
No hay un perfil único para quien realiza breadcrumbing, pero algunos expertos han observado que este comportamiento puede relacionarse con rasgos de personalidad narcisista, estilos de apego evitativo o ansioso, o la necesidad constante de validación sin la disposición para establecer conexiones emocionales profundas. En muchos casos, quien actúa de esta manera busca mantener el control del vínculo, asegurándose la atención del otro sin tener que exponerse a la vulnerabilidad que supone el compromiso.
Para quienes lo sufren, el breadcrumbing puede resultar especialmente dañino. Más allá de la confusión emocional que genera, puede tener consecuencias en la autoestima, producir sentimientos de soledad y reforzar la idea de que uno no merece una relación recíproca. El impacto psicológico no debe subestimarse: algunas personas pueden experimentar lo que en psicología se conoce como ‘indefensión aprendida’, una sensación de derrota frente a la repetición de vínculos frustrados que refuerzan la idea de que todas las relaciones terminarán igual.
Frente a este panorama, es clave poder reconocer los signos de esta dinámica y fortalecer herramientas personales que permitan salir de relaciones dañinas. Expertos señalan que, más allá de establecer un listado de requisitos para evaluar a quien nos interesa, es importante tener claras nuestras expectativas afectivas y comunicarlas de forma honesta desde el inicio. También recomienda apoyarse en redes de confianza: hablar con amigas o con un terapeuta puede ayudar a ver con más claridad lo que, desde dentro del vínculo, cuesta identificar.