El sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado, conocido como SIBO por sus siglas en inglés, es una afección intestinal que ha ganado visibilidad en los últimos años debido al aumento de su diagnóstico, particularmente entre mujeres. Ocurre cuando las bacterias proliferan en exceso en el intestino delgado, provocando síntomas como hinchazón, dolor abdominal, diarrea, fatiga y dificultades en la absorción de nutrientes. Aunque sigue siendo una enfermedad poco discutida, el SIBO está afectando significativamente la calidad de vida de muchas mujeres en todo el mundo.
Se estima que entre el 10 y el 20% de la población mundial sufre de SIBO. Asimismo, diversos estudios indican que las mujeres presentan una mayor predisposición a padecer SIBO en comparación con los hombres. Aunque los datos para América Latina son limitados, las cifras globales muestran que alrededor del 70% de los casos diagnosticados corresponden a mujeres, según registros de la Cruz Roja del Hospital de Córdoba. En Chile, especialistas en salud digestiva coinciden en que el número de mujeres afectadas es desproporcionado, con estadísticas similares a las reportadas a nivel mundial.
Uno de los principales retos para enfrentar el SIBO es la dificultad en su diagnóstico. Frecuentemente, se confunde con otros trastornos digestivos, lo que demora el tratamiento correcto. El examen más utilizado para identificar el SIBO es la prueba del aliento de hidrógeno, pero su acceso no es generalizado en todos los centros de salud, lo que representa un obstáculo adicional, especialmente en América Latina.
Tratamiento y prevención
El tratamiento del SIBO sigue una serie de pasos que deben ejecutarse de manera ordenada para combatir la afección y prevenir su recurrencia. El diagnóstico se realiza principalmente mediante la prueba del aliento de hidrógeno y metano, que es indicada y supervisada por un gastroenterólogo. Una vez confirmado el diagnóstico, el tratamiento suele comenzar con antibióticos para reducir la sobrepoblación bacteriana, seguido de un enfoque dietético diseñado para mejorar la salud intestinal.
Según la nutricionista con enfoque funcional e integrativo de salud, Valeria Riquelme, más que enfocarse en una ‘dieta específica’ para tratar el SIBO, se debe priorizar una alimentación antiinflamatoria que ayude a reducir la inflamación intestinal. Esto implica evitar los ultraprocesados y alimentos como la soya, el maní, los azúcares refinados, el gluten, los lácteos procesados y los productos dietéticos, que son los principales desencadenantes de la inflamación. En casos de SIBO muy descompensado, Valeria suele iniciar a sus pacientes con una alimentación antiinflamatoria, que tras un mes se complementa con una dieta baja en FODMAP. “Una dieta baja en FODMAP debe combinarse con un enfoque antiinflamatorio, evitando ultraprocesados que perpetúan la inflamación. A veces se inician ambas a la vez o primero la antiinflamatoria, según las necesidades del paciente”, explica
¿Qué es una alimentación baja en FODMAP? Se trata de un tipo de dieta diseñada para reducir el consumo de ciertos tipos de carbohidratos que tienden a ser fermentados por bacterias en el intestino, lo que puede causar síntomas como hinchazón, gases, dolor abdominal y diarrea, especialmente en personas con trastornos digestivos como el SIBO.
Los alimentos que se deben evitar debido a sus altos niveles de FODMAP incluyen algunos lácteos, trigo, cebolla, ajo, legumbres y frutas como manzanas, peras y frutas estacionales como el melón y la sandía. Por otro lado, una dieta baja en FODMAP se basa en consumir alimentos con menor contenido de estos carbohidratos, como ciertas frutas y verduras, entre ellas el kiwi, la naranja, la zanahoria y los pimientos. También incluye proteínas de origen animal, arroz, papas y productos sin gluten, lo que contribuye a aliviar los síntomas digestivos.
El SIBO tiene una conexión significativa con la salud hormonal, particularmente en mujeres. Este trastorno no solo puede alterar la producción y el equilibrio de hormonas, sino que también dificulta la absorción de nutrientes, la eliminación de toxinas y las respuestas del sistema inmunitario, debido a la proliferación bacteriana. Asimismo, el estrés crónico, que incrementa los niveles de cortisol, puede ser un factor que influya tanto en la aparición del SIBO como en el desarrollo de desequilibrios hormonales.
En relación con esto, Valeria destaca un aspecto fundamental: “La salud mental es uno de los principales focos de desequilibrio intestinal y, si no se trata, es muy probable que el SIBO vuelva o que cueste mucho más salir adelante”. En su experiencia, la nutricionista ha tratado a numerosas pacientes con SIBO que presentan problemas de salud mental, como insomnio, sobrecarga y estrés emocional. Por lo tanto, si estas cuestiones no se abordan adecuadamente, se vuelve aún más complicado tratar o prevenir el SIBO.
Por estos motivos, es fundamental difundir información sobre esta enfermedad que afecta mayoritariamente a las mujeres y que, lamentablemente, sigue siendo un tema poco discutido. Además, tal como señalan los expertos en el tema, es crucial que los centros de salud públicos ofrezcan acceso a pruebas diagnósticas, como la prueba del aliento de hidrógeno, para facilitar un diagnóstico oportuno. Asimismo, estos deben proporcionar tratamientos posteriores con un enfoque integral que permitan abordar la afección de manera adecuada.
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