En los últimos años, los discursos sobre aceptación corporal y diversidad de cuerpos —que durante la última década ganaron fuerza gracias al feminismo y a los movimientos de activismo gordo— parecen estar siendo desplazados por una renovada obsesión con la delgadez, el control estético y la perfección.
No se trata de un regreso propiamente tal a los 90, pero se le parece. Hoy, este mandato corporal se reproduce desde otros frentes: filtros de belleza en redes sociales, obsesión por el “skincare perfecto”, rostros sin líneas de expresión a los veinte gracias al microbotox, y el boom de medicamentos como Ozempic y Mounjaro promovidos en TikTok como métodos rápidos para bajar de peso.
Para la psicóloga clínica y magíster en psicología Karo Lama, este fenómeno no es nuevo, pero sí más peligroso: “El cuerpo se ha convertido en el lugar donde se libra la guerra contra la angustia. Más que una moda, estamos ante un síntoma social profundo que medicaliza el malestar emocional y lo disfraza de autocuidado”.
Desde su experiencia atendiendo pacientes con trastornos alimentarios y malestares vinculados al cuerpo, Lama ha observado cómo el deseo de control corporal se mezcla con ansiedad, culpa e insatisfacción, y cómo muchas veces ese deseo nace de un vacío emocional más profundo que no se resuelve ni con dietas, ni con inyecciones, ni con cirugías. En esta entrevista, reflexionamos con ella sobre los nuevos rostros de la presión estética, el rol de las redes sociales y la necesidad urgente de volver a habitar nuestros cuerpos desde el respeto y la conciencia.
Estamos viendo un retorno muy fuerte a la “era de la delgadez”, con medicamentos como Ozempic o Mounjaro que se han vuelto populares en redes como TikTok. ¿Cómo ves este fenómeno desde tu experiencia clínica?
Lo que estamos presenciando no es una novedad, sino una nueva ola del mismo patrón. Antes fueron los fármacos estimulantes, luego las cirugías bariátricas, y ahora las inyecciones. Se repite el guion: una baja de peso relativa, una re-ganancia posterior, dependencia psicológica y muchas veces la aparición de trastornos alimentarios. Lo que hay detrás es un intento desesperado por controlar el cuerpo, sin comprender el sufrimiento que lo habita.
“El cuerpo delgado sigue siendo un símbolo cultural de control, éxito y valor personal. Aunque los discursos han cambiado, el mandato sigue ahí”
A pesar de los avances en el discurso feminista y la aceptación corporal, seguimos venerando el cuerpo delgado. ¿Por qué cuesta tanto romper con ese ideal?
Porque el cuerpo delgado sigue siendo un símbolo cultural de control, éxito y valor personal. Aunque los discursos han cambiado, el mandato sigue ahí, solo que con disfraces más sofisticados. Y al no permear todas las capas sociales, la narrativa hegemónica se impone con más fuerza. En el fondo, si no encajas, no perteneces. Y lo que más queremos como seres humanos es sentir que pertenecemos.
¿Qué consecuencias estás viendo con más frecuencia en consulta, relacionadas con esta presión estética o el uso de fármacos para bajar de peso?
Lo más duro no es el peso. Es el vacío emocional que queda cuando todo tu valor fue puesto ahí. Se está viendo un aumento de ansiedad, culpa e insatisfacción corporal, además de trastornos alimentarios que se reactivan o aparecen por primera vez. También veo algo más silencioso: una sensación de fracaso cuando el cuerpo no responde “como debería”. En muchas mujeres, la presión ya no es solo ser delgada, sino tener un cuerpo musculado, definido. Una vigorexia feminizada, disfrazada de “vida saludable”.
Desde tu enfoque, ¿cómo se entrecruzan estas formas de control corporal con la ansiedad y el estrés?
La ansiedad y el estrés ya no se expresan solo en llanto o crisis. Se manifiestan en el miedo a salirse de la dieta, en la culpa por comer algo rico, en la hiperconciencia del cuerpo. Comer ya no es solo biológico, es emocional. La cultura del rendimiento nos convenció de que hasta el cuerpo debe ser eficiente. Pero no necesitamos más control. Necesitamos conciencia y presencia: volver a habitar el cuerpo, escucharlo sin miedo ni juicio.
“No estamos corrigiendo cuerpos. Estamos maquillando un malestar que no sabemos nombrar. Muchas veces no es autocuidado, es miedo disfrazado de disciplina”.
¿Qué rol cumplen las redes sociales en este fenómeno?
No estamos corrigiendo cuerpos. Estamos maquillando un malestar que no sabemos nombrar. Muchas veces no es autocuidado, es miedo disfrazado de disciplina. Desde lo psicológico, se ve una desconexión con el cuerpo vivido: ya no se lo habita, se lo edita. Se transforma en un proyecto sin fin. Pero ese vacío no se llena con intervenciones estéticas: se transforma desde adentro.
¿Cuál es el rol de quienes trabajan en salud mental frente a este escenario?
Nuestro rol no es solo contener. Es ayudar a que esa persona vuelva a habitarse. El sufrimiento ya no se presenta solo con palabras, aparece en cómo se come, cómo se entrena, cómo se mira el cuerpo. Por eso creé Get Over Eat, un espacio que no niega la demanda de cambio corporal, pero la traduce. Primero se sana la mente, después las emociones, y sólo entonces puede transformarse el cuerpo, como consecuencia, no como obsesión.
¿Qué herramientas pueden ayudar a resistir estos mandatos y fortalecer una autoestima más consciente?
La autoestima real no se construye en aislamiento. Se fortalece en el vínculo, en la coherencia entre lo que sentimos y cómo nos tratamos. Resistir no es “pensar positivo”. Es construir otra relación con el cuerpo: más consciente, más compasiva, más humana. Escuchar el hambre real, comer sin castigo, dejar de ver el cuerpo como un problema. Ese es el cambio profundo que transforma de verdad.