Por: Israel Zamarrón
Por primera vez en su historia, México se enfila a ser dirigido por una mujer. Desde que consumó su Independencia de España (1821), nunca una mujer ha ocupado la más alta posición política, ni tampoco había estado tan cerca de hacerlo como ahora. Todo un hecho histórico para un país en el que 7 de cada 10 personas admite que prevalece el machismo, según reveló una encuesta del periódico español El País, levantada en febrero pasado.
La historia está por cambiar. El próximo 2 de junio, la población mexicana saldrá a las urnas para elegir entre las dos candidatas con posibilidades reales de lograr el triunfo electoral: Claudia Sheinbaum, una científica con trayectoria en movimientos sociales que milita en el partido que actualmente gobierna, o Xóchitl Gálvez, una ingeniera emanada de una comunidad indígena que se hizo de un lugar en la clase política tradicional.
La segunda economía más importante de América Latina, y la décimo quinta del mundo, está frente a una oportunidad histórica para empezar a desterrar los fantasmas del machismo que le persiguen desde hace siglos. Y no es otra cosa que el resultado de la lucha que miles de mujeres han encabezado durante años para lograr espacios de representación política que históricamente han sido acaparados por los hombres.
Otras mujeres intentaron antes llegar a la Presidencia: Rosario Ibarra de Piedra (1988); Cecilia Soto (1994); Marcela Lombardo (1994); Patricia Mercado (2006); Josefina Vázquez Mota (2012) y Margarita Zavala (2018) -todas surgidas de distintos partidos y con diferentes ideologías-, pero ninguna tuvo altas probabilidades de ganar. De hecho, ninguna de ellas superó el tercer puesto en los resultados electorales.
Hoy es distinto: todas las encuestas sobre la contienda presidencial en México apuntan a que la disputa será entre Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. El único hombre, Jorge Álvarez Máynez, está en un lejano tercer puesto. Así que, casi 70 años después de que las mujeres obtuvieran el derecho al voto en México, una mujer despachará desde la Presidencia a partir del 1 de octubre próximo.
De acuerdo con el Índice Global de Brecha de Género realizado por el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), la brecha de género en México en 2023 cerró en 76.5%. Según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) esto representó un retroceso de dos posiciones a nivel global en comparación con 2022, al quedar en el lugar 33 de 146 países que fueron evaluados en el estudio.
Un largo camino hacia la paridad
En las discusiones en los medios de comunicación tradicionales, en las conversaciones de sobremesa, de redes sociales; en los comentarios de analistas políticos, y prácticamente en todos lados se habla con naturalidad de que el gobierno de México, por primera vez en su historia, esté encabezado por una mujer. Tan sólo hace una década esta posibilidad se veía bastante lejana.
En el año 2000 se logró una reforma electoral para que las candidaturas de los partidos políticos, para diputaciones y senadurías, tuvieran una proporcionalidad de 70% hombres y 30% mujeres. También se fijaron sanciones para los institutos políticos que no acataran la norma. Esa reforma fue conocida entonces como “cuota de género”, un concepto que con los años ha derivado en la paridad de género.
Dos años después, en 2002, se aprobó otra reforma electoral que obligó a los partidos políticos a inscribir por lo menos 30% de las candidaturas de mujeres en las listas a puestos de elección popular en calidad de propietarias, además de asegurar en las listas plurinominales una mujer por cada tres hombres. También se fijaron sanciones y negativas del registro de candidaturas, en caso de que incumplieran.
En 2007 la discusión pasó de las “cuotas de género” a la “paridad de género”, como resultado del consenso de Quito, surgido de la X Conferencia Regional de la Mujer, donde los Estados parte reconocieron que la participación femenina en la política es “uno de los propulsores determinantes de la democracia, cuyo fin es alcanzar la igualdad en el ejercicio del poder”. Pero todavía se estaba lejos del objetivo.
En 2008 avanzó otra reforma para elevar la llamada “cuota de género” a 40-60. No fue sino hasta 2012 que se logró la paridad 50-50 en las candidaturas propietarias y suplentes, pero la reforma entró en vigor hasta las elecciones de 2015 para la renovación de la Cámara de Diputados de México.
Un año antes, el Poder legislativo aprobó otra reforma constitucional para establecer la obligatoriedad para que los partidos políticos cumplieran con la paridad de género mediante la integración de las candidaturas con 50% hombres y 50% mujeres en la postulación a legislaturas federales y locales.
En 2019, con un Congreso de la Unión paritario, se reformaron 10 artículos de la Constitución mexicana para que la mitad de los cargos de decisión fueran para mujeres en los tres poderes de la Unión: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En 2020 se reformaron leyes federales para tipificar la violencia política de género y se establecieron competencias institucionales para atenderlas.
Cada vez más mujeres
Si bien fue en 1955 cuando las mujeres conquistaron su derecho a votar y ser votadas, no fue sino hasta 1979 cuando una de ellas, Griselda Álvarez Ponce de León, se convirtió en la primera mujer en gobernar un estado (Colima) en el país. Casi 10 años después, en 1987, Beatriz Paredes fue electa gobernadora de Tlaxcala.
Tuvieron que pasar 17 años para que otra mujer pudiera llegar a la misma posición, en ese caso fue Amalia García, en Zacatecas. Tres años más tarde, en 2007, Ivonne Ortega se convirtió en la primera mujer en gobernar el estado de Yucatán. Claudia Pavlovich hizo lo propio en 2015 al llegar a la gubernatura de Sonora.
Por otro lado, Martha Erika Alonso se convirtió en la primera gobernadora de Puebla en 2018, pero solo duró 10 días en el cargo, ya que falleció en un accidente aéreo junto a su esposo y ex gobernador de ese mismo estado, Rafael Moreno Valle. Ese mismo año las mujeres lograron conquistar más gubernaturas que nunca.
Claudia Sheinbaum, la actual candidata presidencial del partido de izquierda Morena, se convirtió en la primera Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la capital del país. Posteriormente, más mujeres fueron ganando elecciones hasta sumar hoy 9 estados dirigidos, el mayor número desde que “ellas” conquistaron el derecho a votar y ser votadas.
‘Que sea la regla y no excepción’
Para la doctora en Ciencias Políticas y Sociales e investigadora de la Universidad La Salle de la Ciudad de México, Claudia Pedraza, la llegada de una mujer a la Presidencia debe normalizar y amplificar la presencia femenina en la política. “Lo ideal sería que a partir de este momento ya no sea un hecho excepcional, sino que haya más participación de más y diferentes mujeres como candidatas a la presidencia”.
“Este momento no tiene que convertirse en la excepcionalidad, sino en algo frecuente, porque finalmente eso es lo que se ha buscado con la lucha paritaria, que tengamos más mujeres en las posiciones que rigen la vida política en este país”, añadió Pedraza, quien es experta en género y periodismo deportivo, violencia digital de género, mujeres y tecnologías sociodigitales, entre otros temas de investigación.
En entrevista con Woman Times, Claudia Pedraza comparte las diferentes lecturas que tiene sobre el hito que México está a punto de alcanzar. “Primero, es el resultado de más de un siglo de lucha de las mujeres, particularmente la lucha por la representación política y por la oportunidad de participar en el ámbito de la política institucional en igualdad de condiciones”, menciona.
“La segunda lectura es que es un triunfo sobre la cultura machista que históricamente ha existido dentro de la organización de partidos, dentro de la organización institucional del gobierno, y dentro de las propias reglas y órganos electorales. También es un triunfo sobre algunos sectores de la población que todavía se resisten a ver a mujeres dirigiendo la política de un país”, añade la investigadora mexicana.
Durante años prevaleció la idea en la política mexicana de que las personas, independientemente de su género, debían acceder a posiciones de representación gracias a sus méritos, pero esa concepción, apunta Pedraza Bucio, ignoraba las desigualdades estructurales que impedían que las mujeres escalaran en el gobierno y la política, y privilegiaba la presencia de hombres en la toma de decisiones.
“Toda la política de cuotas por la que se han intentado nivelar las oportunidades de participación de las mujeres en los diferentes ámbitos de la política institucional tenía la intención de facilitar el camino para que eventualmente más mujeres llegaran a estos lugares de decisión y dirigencia”, destaca la investigadora. Actualmente, las dos Cámaras del Congreso de la Unión, el Instituto y el Tribunal Electoral, y la Suprema Corte de Justicia de la Nación son dirigidas por mujeres.
Sin embargo, Claudia Pedraza advierte que la llegada de una mujer a la Presidencia de México no garantizará en automático un piso parejo e igualdad de condiciones para todas las personas. “Uno de los retos de construir una agenda política de temas de género desde la Presidencia va a ser la propia resistencia que va a existir en los diferentes órganos con los que la próxima presidenta va a tener que interactuar”.
“Por sí sola la mujer que llegue la Presidencia no va a cambiar ni las formas tradicionales de hacer política que siguen imperando en el país, ni los procesos que están atravesados por negociaciones entre partidos y organizaciones; tampoco por sí sola puede hacer que funcione todo el aparato estatal y más si en ese aparato siguen existiendo muchos enclaves de poder que están dirigidos o les pertenecen a representantes varones que se oponen a la participación de las mujeres”, resalta.
La investigadora cierra advirtiendo que la mujer que desde el 1 de octubre se siente en la silla presidencial de México tendrá enormes retos por delante para apuntalar la agenda de género, entre ellos, el tema de violencia de género, impulsar una política de cuidados y consagrar los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres en la Constitución, como ya lo han hecho algunos estados de México y otros países a nivel nacional.
“La llegada de una presidenta puede abonar para seguir revisando los mecanismos institucionales de participación política de las mujeres, las medidas de paridad de género, los mecanismos para erradicar la violencia política en razón de género, incrementar las posibilidades de las mujeres para ingresar a los partidos. La próxima presidenta va a colocar en la agenda la necesidad de seguir trabajando en los mecanismos que ya existen y que permitieron que ella llegara a ese cargo”, cierra Claudia Pedraza.
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