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Isadora Duncan: La trágica vida de la bailarina que transformó el mundo de la danza

Isadora Duncan, una mujer que cambió la historia de la danza , vivió marcada por la tragedia, primero por la muerte de sus tres hijos y luego por la suya, a los 50 años, ahorcada por su bufanda que se enredó en el neumático de su auto. Un hecho que marcó la historia del arte del siglo XX

Considerada una pionera en la danza contemporánea, Isadora Duncan (1877) cambió la esencia de la danza e influyó sobre todos los artistas y creadores que vinieron después de ella a lo largo del siglo XX. El estilo de Duncan estaba inspirado en los cánones de belleza de la antigua Grecia, y consistía en una improvisación de movimientos, acompañados por sus características túnicas. Sus cercanos recordaban que siempre llevaba el pelo suelto, le gustaba caminar descalza y era enemiga del maquillaje, una sencillez que transmitía a través de su arte. 

Con apenas una década de vida, tenía muy en claro que quería dedicarse a la danza: “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas” relató en su libro biográfico, Mi vida, lanzado cuando ya era un referente indiscutido. De madre pianista y padre banquero, creció rodeada de música y arte. En los artículos que abordan su vida, aseguran que la separación de ellos fue su primer gran dolor y que si bien la marcó para el resto de su vida, también fue la base de su desarrollo artístico.

Su vida estuvo marcada por el infortunio, la bohemia y las angustias económicas, pero nada la detuvo. Baluarte del empoderamiento femenino, supo vivir acorde a sus principios y dejó un legado que se mantiene vivo hasta el día de hoy. Su legado fue más allá de los movimientos de baile, considerada la “pionera de la danza moderna” cuestionó la formación clásica y puso a la libertad en el centro de la disciplina. 

Pero la tragedia parecía perseguirla. En 1913, cuando sus hijos Deirdre y Patrick, tenían 5 y 3 años, Duncan le encargó a su niñera que los cuidaba que los llevara a Versalles. Según relató más de alguna vez, al despedirse de ellos tuvo un mal presagio. “Recuerdo que mi Deirdre colocó los labios contra los cristales de la ventanilla; yo me incliné y besé el vidrio en el sitio mismo donde ella tenía puesta la boca. Entonces, el frío del cristal me produjo una rara impresión e hizo que me estremeció”. Los tres se subieron a un vehículo con chofer y, al pasar por el río Sena, una falla en los frenos hizo que el auto cayera al agua y los menores murieron ahogados. La pérdida fue demoledora, sin embargo al tiempo volvió a ser madre, pero el bebé apenas respiró unos minutos antes de morir.

La muerte de sus hijos marcaría su vida e incluso el hecho inspiró una película realizada en 2020 bajo el nombre Los hijos de Isadora. En varias oportunidades, la bailarina pensó en quitarse la vida, pero sentía que sus alumnos y alumnas de la escuela que había creado en 1904, la necesitaban y mucho. Para sus biógrafos, el arte fue su gran tabla de salvación. 

Con el tiempo, el público dejó de conectar con su vanguardia y los medios de comunicación de la época aseguraban que cada vez, se entendían menos sus puestas en escena. Quienes la convirtieron en un ícono, comenzaron a darle la espalda. Los empresarios ya no se mostraban entusiasmados por sus proyectos y fue criticada abiertamente por sus opiniones ateas, apoyo a la Revolución Rusa y la promoción del amor libre. La fama que supo cosechar en sus años de juventud comenzó a esfumarse. 

En soledad y llena de deudas producto de los costos de sus presentaciones, a los 50 años vivió su última gran tragedia. Mientras estaba en Niza escribiendo su autobiografía, el 14 de septiembre de 1927 quiso dar un paseo en auto, se subió a uno con su chofer y a los pocos metros, su bufanda se enredó con la rueda y la ahorcó. Cuenta la leyenda que antes de subir al vehículo, se despidió de sus amigos con palabras proféticas: “¡Adiós, amigos míos, me voy a la gloria, me voy al amor!”.

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