En Chile, como en muchos países, persiste el estereotipo de que las decisiones económicas son un asunto “de hombres,” mientras que las mujeres tienen poca incidencia en la administración del dinero. Este prejuicio, aunque pueda parecer lejano para algunos, continúa afectando la calidad de vida de muchas mujeres, especialmente aquellas que viven en pareja o que están maternando.
La falta de límites claros en la administración financiera y la repartición de bienes en las relaciones de pareja o matrimonio hace que, en momentos cruciales —como una separación o un divorcio— muchas mujeres queden sin claridad sobre cómo gestionar sus propios bienes y enfrentar una vida por su cuenta, especialmente si hay hijos de por medio. Esto se agrava en los casos en que, al asumir la maternidad, muchas mujeres postergan su desarrollo profesional y sus ingresos, mientras sus parejas mantienen o incrementan su patrimonio.
Este contexto revela la importancia de adquirir autonomía financiera desde la primera adultez, de manera que cada persona pueda tomar decisiones informadas y seguras, incluso en situaciones adversas dentro de una relación de pareja.
En entrevista con WT, la abogada y autora de Lo nuestro ¿es nuestro?, Fran Bravo Cox, comparte su experiencia liderando una comunidad dedicada a la equidad económica y el empoderamiento financiero en las relaciones de pareja. A través de su cuenta @franbravocox, Fran fomenta una conciencia temprana sobre el bienestar financiero y patrimonial en la vida en pareja, buscando construir relaciones equitativas y colaborativas. En esta conversación, analiza la importancia de la autonomía económica para las mujeres y explica estrategias para alcanzar acuerdos económicos justos en la vida en pareja.
¿Por qué es importante que las mujeres tomen conciencia de su situación financiera antes de la convivencia o el matrimonio?
A lo largo de mi experiencia he visto que, de manera muy automática, cuando las mujeres estamos en pareja tendemos a ceder espacios profesionales, postergar planes de desarrollo personal, hobbies y, por supuesto, descuidamos el bienestar económico. Este fenómeno suele ser un reflejo de una concepción cultural arraigada del amor “incondicional”, que establece que los intereses comunes pasan a ser prioridad. Muchas veces actuamos en “piloto automático” en la relación, dejando de lado los propios intereses, entre ellos el económico, que debería ser fundamental para toda persona. Por eso es importante comenzar cualquier relación sabiendo que la autonomía financiera es clave para mantener el equilibrio. Tener una base económica propia y el conocimiento para gestionarla, nos permite tomar decisiones desde la libertad y la seguridad en todas las etapas de una relación de pareja.
¿Cuáles son las herramientas necesarias para que una mujer pueda responsabilizarse de su bienestar financiero, tanto en pareja como individualmente?
Lo primero es asumir la adultez que cada una de nosotras ya encarna, y desde ahí entender que nadie más que nosotras debe ser responsable de nuestro bienestar económico. Debemos dejar de lado ideas que muchas veces han sido obstáculos para actuar como adultas: desde decir que no entendemos de números, preferir delegar “papeleos” en la pareja, o evitar temas de inversión y planificación económica. Esto suele responder a un temor a asumir la responsabilidad financiera, pero necesitamos abandonar esta mentalidad y hacernos cargo de nuestro futuro económico.
Una vez decididas a tomar el control, recomendaría enfocarse en tres aspectos clave: el manejo del gasto en el día a día (evaluando si el nivel de vida que llevamos es sostenible y cómo ajustarlo); la construcción de un patrimonio que incluya activos (ahorros, propiedades) menos pasivos (deudas); y finalmente, la previsión a largo plazo, pensando en la vejez y en cómo aseguraremos nuestra estabilidad económica para el futuro.
¿Qué estrategias recomendarías para tener una relación económica colaborativa en una pareja, especialmente en hogares más tradicionales (de parejas heterosexuales)?
En las parejas heterosexuales tradicionales, aún predomina la idea de que la mujer asuma el rol de cuidadora y se dedique al ámbito privado, mientras que el hombre toma el papel de proveedor. Esta dinámica se refuerza cuando llegan los hijos, y son muchas veces las mujeres quienes reducen su jornada laboral, descartan promociones y, en algunos casos, dejan de trabajar para poder dedicarse a la crianza. Esto genera un empobrecimiento y una pérdida de oportunidades para ellas. En Chile, por ejemplo, las mujeres que son madres y trabajan en el sector privado ven disminuidos sus ingresos en un 35% para el mes 20 después del nacimiento del hijo, según el Centro de Cohesión Social.
Es fundamental que quien decida dedicarse más a la crianza lo haga con la tranquilidad de estar protegido económicamente, pues el cuidado no debería traducirse en un empobrecimiento. Para que las relaciones sean equitativas y colaborativas, es importante conversar sobre el dinero desde el inicio, consensuar el nivel de vida que se quiere llevar y valorar los desarrollos profesionales de ambos miembros de la pareja. Entender la crianza como un compromiso compartido ayuda a que tanto el bienestar económico como la autonomía individual de cada uno puedan sostenerse en el tiempo.
¿Cuáles son las principales preocupaciones económicas que las mujeres enfrentan al pasar por una separación?
Lo ideal sería que una separación no trajera consigo un duelo económico, pero la realidad es que pasar de un hogar compartido a dos puede generar una presión financiera significativa. Muchas parejas tienden a gastar el total de sus ingresos para cubrir las necesidades del hogar. Por eso, cuando se separan, el sistema financiero se vuelve más complejo, y ambos deben adaptarse.
Para empezar, lo importante es diferenciar los temas económicos que conciernen a los hijos de aquellos que afectan a los adultos. En cuanto a los hijos, es esencial establecer los gastos que habrá y definir, en función de los ingresos de cada uno, cómo se dividirán esos costos.
Respecto a los temas entre los adultos, es necesario abordar el reparto del patrimonio construido durante la convivencia y determinar si procede una compensación económica, especialmente en los casos de matrimonio o convivencia civil. Este derecho reconoce que quien ha sacrificado su desarrollo profesional y su capacidad de generar ingresos por dedicarse al hogar y a la crianza no debería enfrentarse a una situación de desventaja económica tras la separación. Mi objetivo es ayudar a mis clientes a encarar este proceso desde el respeto por la vida compartida, entendiendo que la familia sigue existiendo después de la separación y que se puede construir una relación con bases sólidas y claras.
¿Qué régimen matrimonial recomendarías para asegurar la autonomía financiera en tiempos actuales?
Cada vez menos personas eligen casarse, y en esos casos no tienen acceso a un régimen de bienes que establezca reglas de organización patrimonial en caso de separación. De todas maneras, el mejor régimen de bienes es el que se elige de forma consciente, con buen asesoramiento y considerando el impacto de los roles de género en la vida de la mujer, especialmente en la maternidad.
Hoy en Chile hay dos tipos de regímenes: los colaborativos, como la sociedad conyugal y la participación en los gananciales, en los que el patrimonio se comparte; y el de separación de bienes, en el que cada uno construye su propio patrimonio de manera individual. Muchas mujeres profesionales optan por la separación de bienes por sentir que tienen autonomía, sin embargo, la realidad es que, al tener hijos, suelen asumir el costo de la maternidad mientras que el hombre continúa acumulando su patrimonio y manteniendo su cotización laboral.
La clave está en saber distinguir entre independencia económica (generar recursos propios) y autonomía (tener poder de decisión sobre esos recursos). Aún en un régimen de separación de bienes, debemos asegurar nuestra autonomía y velar por que nuestras necesidades e intereses estén protegidos.
Finalmente, creo que más allá del régimen que se elija, la equidad en el hogar es un compromiso familiar que implica romper con la manera histórica de operar en las relaciones, y establecer acuerdos sobre el valor del dinero, los cuidados y el desarrollo profesional y personal de ambos.
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