“La instrucción de la mujer es una obra magna que lleva en sí la reforma completa de todo un sexo. Porque la mujer instruida deja de ser esa fanática ridícula que no atrae a ella sino la burla; porque deja de ser esa esposa monótona que para mantener el amor conyugal no cuenta más que con su belleza física y acaba por llenar de fastidio esa vida en que la contemplación acaba. Porque la mujer instruida deja de ser ese ser desvalido que, débil para luchar con la miseria, acaba por venderse miserablemente si sus fuerzas físicas no le permiten ese trabajo.
Se ha dicho que la mujer no necesita una mediana instrucción. Y es que aún hay quienes ven en ella al ser capaz sólo de gobernar el hogar.
Instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla. Abrirle un campo más vasto de porvenir, es arrancar a la degradación a muchas de sus víctimas.
Instrúyase a la mujer. No hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre. Que lleve una dignidad más al corazón por la vida: la dignidad de la ilustración. Que algo más que la virtud le haga acreedora al respecto, a la admiración y al amor. Tendréis en el bello sexo instruido, menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas”.
Carta publicada por Gabriela Mistral en “En Cuaderno de La Serena”, Bendita mi lengua sea. Diario íntimo de Gabriela Mistral, de Jaime Quezada.
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