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¿Me sirves unas copa?

Una mirada reflexiva a las mujeres y el alcohol

Pese a que beber alcohol se extiende hoy como una actividad social que comparten hombres y mujeres libremente en casi todo el planeta, detrás del goce vinculado a beber una o varias copas hay una serie de estigmas que afectan por sobre todo a las consumidoras femeninas. En este reportaje te contamos por qué.

“El alcohol también es susceptible de un análisis con perspectiva de género”, señaló recientemente la filósofa colombiana Catalina Zuleta en Mujer Incómoda, un podcast y plataforma liderada por la escritora Vanessa Rosales. En él, ambas participantes elaboran una mirada crítica respecto al alcohol y su impacto en las mujeres, entendiendo que esta sustancia, dada su omnipresencia y evidente atadura a los estereotipos de género, tiene repercusiones muy particulares en la población femenina.

¿Por qué el alcohol estaría atado a las normas de género? Porque su ingreso al cuerpo y la percepción que tenemos de él no es la misma si se trata de un hombre que de una mujer. Es sólo cosa de pensar en una frase, para las nuevas generaciones quizás muy retrógrada, que hasta hace poco escuchábamos de manera habitual: “una mujer borracha luce horrible”. Si profundizamos aún más, vemos que beber en realidad ha sido, históricamente, una práctica masculinizada a la que las mujeres entraron de forma masiva más bien en este siglo, lo cual se comprueba con simples números. Según el Instituto Nacional de Abuso del Alcohol y Alcoholismo (NIAAA), entre los años 2000 y 2016 la cantidad de mujeres adultas que bebían alcohol aumentó un 6%, mientras que la cantidad de hombres se redujo en un 0,2%. Por otro lado, entre esos mismos años los episodios de exceso alcohólico se incrementaron en un 16% en el caso de las mujeres.

Si nos trasladamos a la cultura visual mainstream, resulta común ver escenas cinematográficas y campañas publicitarias donde los protagonistas ya no son únicamente hombres bebedores, sino que también numerosas mujeres. Ya no es sólo Donald Draper bebiendo su Old Fashion o Vito Corleone disfrutando de un whisky. Hoy son el grupo de amigas de Sex and the City, las adolescentes adineradas que protagonizan Gossip Girl, o una gráfica publicitaria con una mujer en la playa tomándose una Corona. Estos ejemplos desglosan una reflexión que la escritora Kristi Coulter en su texto Enjoli – perteneciente a una serie de ensayos que publicó en el libro Nothing Good Came from This – señaló eficazmente: En este siglo, “ser una mujer moderna y urbana significa ser una bebedora seria”.

Esta frase que problematiza la normalización que hay en torno al consumo de alcohol y cómo este, desde la publicidad, se promueve como una vía de escape para las “súper mujeres que todo lo pueden” del siglo XXI, es un precepto que Catalina Zuleta aborda en su trabajo actual. Para la filósofa, creadora del proyecto Ni Tan Anónima – en el que a partir de lo que fue su propio consumo problemático con el alcohol ayuda a otros a explorar, a partir de herramientas de coaching, una relación más positiva con la sustancia –, resulta urgente abordar el tema del alcohol desde un enfoque de género justamente por las exigencias sociales impuestas sobre las mujeres, a quienes se les juzga cuando se atreven a decir “yo no bebo”, pero si beben en exceso, también. Para Catalina, quien enfatiza en que no se trata de tener una postura moralizante, pues tal como dice, las mujeres tienen derecho a ser libres y a beber alcohol si les place, la clave está en cuestionar los estigmas, estereotipos e imposiciones que rodean a las mujeres en un siglo en el que beber alcohol se empezó a percibir como un símbolo de éxito y liberación femenina.

Para ahondar aún más, la experta explica que la industria licorera pasó de ser una de las principales responsables de la cosificación de las mujeres hacia una entidad que encontró en ellas un perfil de consumidoras valiosas, pues actualmente el mercado y las industrias culturales promueven las bebidas alcohólicas – siempre cargadas de un hálito de glamour -como un potente símbolo de liberación y equiparación con los hombres. Sin embargo, detrás de esa emancipación, señala Catalina, a nivel social se advierten una serie de contrariedades que terminan por reflejar que las mujeres que toman alcohol todavía reciben miradas inquisidoras. 

“Antes se esperaba que nos abstuviéramos de beber, pero hoy en día el discurso ha cambiado. A las mujeres se les pide que participen de la norma del alcohol, porque de lo contrario, si no toman, son juzgadas como unas santurronas, moralistas, etc., entonces se les empuja a tomar. En el mundo corporativo, donde el valor de las mujeres se cuestiona todo el tiempo, también pasa que a veces se ven obligadas a tomar y a saberlo manejar. Pero luego, si terminan por desarrollar algún problema con el alcohol, son juzgadas mucho más severamente que los hombres”.

Esto lo vivió en carne propia Melissa Shool, diseñadora gráfica oriunda de Bogotá. Mirando hacia atrás recuerda que para ella comenzar a beber fue, en parte, un acto que le permitía equipararse con sus amistades masculinas. Con el paso de los años, mientras se encontraba de viaje en Ámsterdam ya siendo adulta, se dio cuenta que su consumo de alcohol se tornaba problemático, y que sobre él había una dependencia y un recurso para evadir emociones negativas. Por este motivo decidió solicitar ayuda a través de terapias psicológicas y hace casi cuatro años que ya no bebe alcohol. Apenas decidió dejar la sustancia, comenta, se encontró con una serie de estereotipos a su alrededor. “Fue curioso porque mi hermano y yo dejamos de tomar por la misma época, y para mi familia cuando se referían a mí era simplemente como ‘ah, el alcohol no le gusta’, mientras que a mí hermano le decían que su decisión era admirable, que se había hecho cargo de su vida”, explica. 

Pero además de comprobar que la abstinencia y la decisión de dejar el alcohol se valoraba más en su hermano que en ella, Melissa se encontró con otros prejuicios que aún le toca enfrentar, como el hecho de ser catalogada de ‘aburrida’ cuando menciona, en contextos sociales y de dispersión, que no consume bebidas alcohólicas. Esta reflexión también ha sido abordada por Catalina Zuleta en sus investigaciones, y que parte de una base que no nos hemos cuestionado lo suficiente: la normalización que goza el alcohol en nuestra sociedad. “Esto fue algo que todos asumimos como en piloto automático porque es lo que se supone que uno debía hacer a partir de cierta edad, opera como una norma y hoy aún pasa que se percibe como extraño alguien que no consume alcohol”.

Estigmas y brechas de género

De acuerdo con la antropóloga española Nuria Romo Avilés, directora del Instituto de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada, hay una serie de elementos a tener en cuenta a la hora de mirar el impacto del alcohol en la población femenina. Por un lado, resulta importante considerar que el consumo problemático de la sustancia en mujeres se correlaciona con el exceso de tiempo que dedican a los cuidados de otros, llevando una sobrecarga que termina por agotarlas y buscar refugio, algunas veces, en el consumo. “Sabemos que ha habido un alcoholismo oculto en las mujeres. Mujeres que bebían en la oficina, por ejemplo, o después de acostar a los niños. Esto también tiene que ver con la sobrecarga de los cuidados, que está condicionando la salud y el consumo de drogas en las mujeres: psicofármacos, tranquilizantes, alcohol”, explica.

El problema, sin embargo, no se queda allí, pues según comprueba en sus investigaciones, Nuria explica que las mujeres que reconocen un consumo problemático de alcohol sufren más estigmas que los hombres, como por ejemplo, ser catalogadas de “malas madres”. Además, cuando llegan a tratamiento, se encuentran con otro tipo de barreras.  “La redes de tratamientos están pensadas para las necesidades de los hombres. Muchas veces los tratamientos son en la mañana, y si las mujeres tienen niños chicos no pueden llegar, entonces hay desigualdades en relación a los cuidados y a otras muchas inequidades que tienen que ver con situaciones de género que imposibilitan un tratamiento sensible”.

Asimismo, mientras que para las mujeres se presentan múltiples desigualdades que dificultan la posibilidad de tratarse sin obstáculos, para los hombres llegar a tratamiento puede ser más sencillo, no obstante, muchas veces no lo hacen por temor a ver cuestionada su masculinidad. Así lo explica Catalina Zuleta desde su experiencia en Ni Tan Anónima. “Acá se entrecruzan las normas de género con las normas del alcohol, y pasa que en los hombres el consumo se vuelve un tema de virilidad: es importante que el hombre sepa tomar, que sepa resistir combinaciones estrepitosas de tragos diferentes. Entonces para muchos decir ‘tengo un problema con el alcohol’ no es fácil, porque en la mente de ellos está como esto de que el alcohol no les puede ganar”.

Los desafíos de la industria licorera

Soledad (Sol) Aguilera es una sommelier chilena y creadora de “La nieta de Dionisio”, un servicio con el que brinda experiencias lúdicas en torno al arte y el consumo de vino. Estando dentro del mercado del alcohol, tanto en su negocio actual y como garzona y barwoman en el pasado, donde fue testigo de la bohemia santiaguina, la profesional ha podido mirar en primer plano los comportamientos de hombres y mujeres frente al alcohol y los impactos asociados a su consumo. En ese paneo cotidiano, lo que siempre llamó su atención fue cómo la borrachera en público de los varones era menos cuestionada que la de las mujeres.

Desde su experiencia laboral y visión de vida, en la que beber es una práctica no sólo social sino también cultural, la clave está en que la misma industria se haga cargo de concientizar, de promover el cuidado y de no perpetuar sesgos de género con sus mensajes. “La educación siempre será la respuesta. Es vital incorporar en la sociedad la cultura de beber de forma consciente. La industria debe tomar un papel más activo en cuanto a abrir canales de información, intercambiando conocimientos a nivel docente y profesional para generar los espacios y vínculos que nos permitan crecer en armonía, sin discriminación y con apertura mental que termine con los estereotipos retrógrados”.

En el mundo contemporáneo, donde las diferencias por género en torno al consumo de alcohol se están cerrando, no por eso las mujeres se han librado de las presiones sociales y las expectativas que moldean su consumo. Años atrás sólo los hombres bebían en público, y si bien el que se sumen las mujeres a esta práctica refleja positivamente una rotura en las normas de género, las investigadoras y voces de este reportaje nos señalan que mirar el beber como un acto de liberación femenina puede ser un problema si no revisamos las violencias y estigmas que sufren las mujeres a quienes el alcohol les ha jugado una mala pasada. Misma mirada crítica habría que ponerle a la industria, la cual normaliza el consumo de alcohol como una vía de escape para mujeres cuidadoras o para consumidores en general que buscan tapar ciertas emociones, como bien explica Melissa Shool al compartir su historia personal.

“Creo que se trata de abrir espacios seguros. Sabemos que prohibir no sirve de nada y no se trata de satanizar y de decir que es malo beber, pero al menos entrar a cuestionarnos por qué lo tenemos tan normalizado y lo asociamos tanto, por ejemplo, a ‘ahogar nuestras penas’.  Desde mi experiencia, pude ver que hacerse responsable de las emociones y de la mente sin recurrir al alcohol se convirtió en algo muy poderoso”. A esto, desde el proyecto Ni Tan Anónima, Catalina Zuleta añade que se trata de entrar a cuestionar lo que la sociedad dijo que era normal. “Es una forma de reclamar nuestra soberanía crítica. Que en torno al alcohol pensemos por nosotros mismos y nos sirvamos de nuestro propio entendimiento y emociones”.

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