A 40 años del inicio de la guerra que enfrentó a Argentina con el Reino Unido, las mujeres exigen que se les reconozca su participación en el conflicto.
La historia oficial dice que la Guerra de Malvinas fue cosa sólo de hombres. Pero no fue así. La historia de las mujeres que sí participaron fueron borradas de la memoria bélica por los militares, no recibieron medallas ni se le invitó a los desfiles, tampoco se les consideró excombatientes y no recibieron pensiones como los hombres que combatieron, hasta hace algunos años, cuando por la vía judicial se comenzó a reconocer su participación.
Lo cierto es que por lo menos 14 mujeres se subieron a un avión días después del 2 de abril de 1982, y durante los 74 días que duró la guerra, hicieron mucho más que asistir en las cirugías: aprendieron sobre tipos de heridas que sólo se ven durante las guerras, cuando fue necesario fueron camilleras, enfermeras, madres o hermanas; también ayudaron a sus pacientes a escribirle cartas a sus familias y anotaban números de teléfono para llevar alivio a alguna familia cuando pudiesen. Algunas lo hicieron a bordo del buque hospital Almirante Irizar, un rompehielos destinado ahora a la campaña antártica; otras, en tanto,terminaron en un hospital móvil montado por la Fuerza Aérea en Comodoro Rivadavia, ubicada en el continente a 870 kilómetros de las Malvinas.
“El primer encuentro con la tripulación fue muy tenso”, recuerda Silvia Barrera, una de las enfermeras que estuvo en Malvinas como voluntaria en entrevista con Télam. “Los marineros son muy supersticiosos sobre la presencia femenina en los buques, hacía muy poquito los ingleses habían hundido el crucero General Belgrano y el jefe de cubierta del rompehielos, que era un machista recalcitrante, empezó a gritar que nos iban a hundir porque estábamos nosotras a bordo”. Las trabajadoras del Irízar fueron en un principio aisladas porque se decía que las mujeres a bordo daban mala suerte.
El silenciamiento del rol de las mujeres fue inmediato. En ningún momento se les proporcionó atención médica o psicológica, ni se les permitió comunicarse con sus familias durante varios días. Pero además, y como sucedió durante mucho tiempo después, se les prohibió que hablaran sobre el tema, principalmente porque habían visto las condiciones en las que volvían los soldados, mientras que los medios de comunicación, de vuelta en el continente, construían una historia distorsionada y escribían que Argentina iba ganando la guerra.
“Cuando empezaron a llegar los soldados nos dimos cuenta de cómo nos estaban mintiendo”, dice Alicia Reynoso, otra de las voluntarias. “Vi soldados mal alimentados, con ropa que no servía para el clima de donde venían. Eso era violencia, venían con mucha hambre y muy desorientados, sin saber dónde estaban”. “No nos asustamos de las heridas —fracturas expuestas, quemaduras, esquirlas—, pero nos llamó la atención el llamado a la mamá: ‘Llamen a mi mamá, dónde está mi mamá’. Hicimos la contención que necesitaban, encontraban una mujer vestida igual que ellos, con un olor diferente, con una forma de hablar diferente y que les decía que se tranquilizaran”.
Silvia Barrera, junto a Susana Maza, María Marta Leme, Norma Etel Navarro, María Cecilia Ricchieri y María Angélica Sendes fueron las primeras mujeres reconocidas como veteranas por el Estado argentino en 2012. En mayo de 2021, en tanto, la enfermera de la Fuerza Aérea Argentina Alicia Reynoso logró su reconocimiento como veterana por la vía judicial y a día de hoy todavía hay compañeras que tramitan ese reclamo.
“De a poco se va visibilizando nuestro rol en la guerra y sin dudas seremos parte de la historia argentina. Todavía queda un largo camino por recorrer”, dice Barrera.
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