Por Javiera Fernández
“Sé que voy a escribir hasta que el cuerpo y la mente me lo permitan”, señala la escritora argentina Leticia Martin en entrevista con WT tras preguntarle por su reciente galardón otorgado, el Premio Lumen de Novela, que recibió por Vladimir – un libro que, según ha destacado el jurado encargado de seleccionar a la ganadora – subvierte con maestría la historia de Lolita de Vladimir Nabokov.
En la novela de Leticia Martin, publicada por Lumen a fines del 2023 en todo el territorio hispanohablante, un escenario distópico que se origina a partir de un gran apagón en el planeta – desprovisto de electricidad – hacen que Guinea, la protagonista, sea recibida por un hombre de mediana edad y su hijo preadolescente, Vladimir, en su casa en Buenos Aires, dado que no tiene posibilidad de volver a su propio hogar. Para Guinea regresar a Argentina implicaba un reinicio en su vida, pues en el lugar donde antes residía, Ramsdale (Estados Unidos), fue descubierta la relación que mantenía con un estudiante suyo, menor de edad, en la universidad en la que trabajaba como académica. Pero, si bien en principio la protagonista carga con ese pasado que anhela olvidar llegando a Argentina, en medio del apagón general sus deseos emergen nuevamente, ahora hacia Vladimir, un chico de trece años con quien debe enfrentar lo que parece el fin del mundo.
En este nuevo título su autora, quien ha publicado las novelas El gusto (2012), Estrógenos (2016), Topadoras oxidadas (2019) y Un ruido nuevo (2020), blande un lenguaje literario que subvierte los modelos de género y que, además, sitúa el erotismo y las relaciones sexoafectivas asimétricas en un campo de profundo interés público a ser debatido, pero esta vez, lejos de la experiencia masculina como norma.
“En un mundo que podría ser el nuestro, un corte de luz generalizado provoca el caos y distorsiona tanto lo privado como lo público. Es en este espacio que se enciende la luz del deseo. Pero se trata de un deseo que también subvierte las costumbres, donde no es un hombre maduro el que se enamora de una joven – como se representa tantas veces – sino una mujer madura la que se enamora de un chiquillo. Tensa, simbólica por momentos, cuestionadora y ágil, Vladimir es, entre muchas cosas, una relectura de Lolita al revés”, señala Clara Obligado, parte del jurado del Primer Premio Lumen de Novela otorgado a Leticia Martin.
¿Qué significó para ti haber sido galardonada con este I Premio Lumen de novela?
El Lumen ha sido una gran oportunidad para que otras personas conozcan mi trabajo. Eso es algo muy bueno porque, además de escribir, enseño las artes de la escritura de forma virtual en diversas partes del mundo, y dirijo junto a mi pareja, Nazareno Petrone, una editorial independiente, lo a la vez me implica en la responsabilidad de dar a conocer el trabajo de otros autores. El efecto cascada de un premio redunda en más trabajo, más proyectos, nuevas ideas, mucha gente que se acerca y, sobre todo, un entusiasmo renovado. Soy de las personas que se ha quemado más de una vez por ponerle a lo que hace tanta pasión y tanto fuego (aries) así que este tiempo ando por la vida transformando el entusiasmo en pasos firmes y certeros. No quiero dar zancadas ni andar apurada. Elijo alejarme de las ansiedades propias y sobre todo de las ajenas. Tengo la fe intacta y sé que voy a escribir hasta que el cuerpo y la mente me lo permitan, así que puedo ir relativamente en paz por la vida pensando sin prisa en mi próximo desafío literario. Soy una persona afortunada.
Lumen sin duda es una editorial referente a nivel hispánico por su cometido de visibilizar la literatura escrita por mujeres. ¿Dónde radica para ti la importancia de haber publicado en ella?
Creo que radica en el tremendo catálogo de autoras que me recibe. Es como viajar en avión sentada al lado de Messi, o de Lionel Scaloni. Jamás imaginé un lugar mejor para alguna cosa que yo hubiera escrito. En verdad, jamás imaginé poder ganar un premio así. Uno trabaja bastante alejado del resultado, como de las lecturas posteriores. Es casi un ejercicio de salud mental no adelantarse en pensar qué dirán, cómo leerán eso que uno produce, si lo premiarán o no. Así que encontrar mi libro en ese mismo abanico que reúne a Virginia Wolf, Margaret Atwood, Elvira Lindo, Clara Obligado, Alice Munro, Paula Vázquez, y un largo y distinguido etcétera, no hace más que enorgullecerme.
El jurado que reconoció tu novela valora mucho el cómo subviertes Lolita de Vladimir Nabokov. Incluso haces alusión al nombre, siendo Vladimir la ‘víctima’, en este caso. ¿Qué reflexiones puedes compartirnos sobre esto?
En general, quienes escribimos buscamos subvertir algún orden, cualquiera sea este. Escribir es disponerse a develar una contradicción, una división subjetiva, un ocultamiento. Siempre que mis alumnos planean sus argumentos o los conflictos de sus novelas, les pregunto: ¿Qué se opone al deseo de tu personaje? Sin una fuerza que aparezca como un palo en la rueda del devenir del personaje no tendremos tensión dramática y estaremos lejos de la posibilidad de que el lector se identifique con nuestro relato. Sin dudar te diría que desde el inicio de mi escritura hay subversión: de roles, de géneros, de edades, de intenciones. En mi anterior novela, Estrógenos, el que tiene que cursar un embarazo es el hombre. De él como de algunos otros dependerá la continuidad de la especie humana. De algún modo la subversión de cierto orden o estado de cosas hace que, como lectores, podamos tender relaciones, establecer paralelismos, comparar y pensar.
El tema de la inversión de roles en tu libro, que si bien tiene una carga política que podemos considerar emancipadora desde un enfoque de género, no por eso deja de incomodar o tal vez chocarnos, porque el abuso de poder de igual modo existe y podemos llegar a cuestionarlo o criticarlo. En ese sentido, ¿cuál fue para ti el desafío de hacer literatura que sitúa estas contrariedades en las relaciones de poder?
Creo con convicción plena que no importa tanto quién, en una relación asimétrica, usa su poder para hostigar a otro, como el hecho de que alguien lo haga. Abusar de la confianza, el lugar, el cuerpo de otro, sea este quien sea, es una actitud más que reprobable. Muchas veces es un delito (de acuerdo a si se trata de menores, por ejemplo).
Las violencias -me gusta nombrarlas en plural – son muchas y las hay de todo tipo. Las más brutales de un lado, las más sutiles de otro. Sin uso de la fuerza física también se puede dañar mucho. Se puede desacreditar en público al otro, se puede intentar doblegarlo, destruir su autoestima, dominarlo con el mero uso de las palabras, haciéndole el vacío, restándole autoridad, ignorándolo y tantas otras formas de desprecio. Estamos inmersos en un mundo en el que cada quien elige vivir su sexualidad del modo que se le antoja. Y eso está muy bien. Lo que resulta extraño es que discriminemos acciones de acuerdo a genitalidades o géneros. ¿Qué importa realmente, que sepamos si el abusador es hombre, trans, mujer, binario, lesbiana o el acto que doblega a alguien en una posición de inferioridad? Vamos camino a una sociedad en la cada vez va a importar menos con quién te acostás, cómo te autopercibís o de qué modo querés que te nombren. Lo que no debería dejar de importarnos son los límites en la relación con los otros. Cómo ponerlos, a qué distancia… Estos temas me importan por motivos personales y recorren mis libros de distintas formas porque, de algún modo, provocan mi escritura. Pretendo escribir ficción a partir de sucesos que investigo y sobre los que leo o me instruyo.
¿Qué consideras que simboliza el mundo distópico en el que transcurre tu novela?, ¿De qué manera este escenario de emergencia se vincula al tema de las relaciones de poder, el erotismo y la sexualidad?
Dudé un poco al escribir ese contexto distópico en el que transcurre la novela. Me parece que lo más interesante, a efectos de la trama, fue el aporte de una urgencia externa que el Gran Apagón le imprimía al conflicto interior de Guinea, la protagonista, así como a la desesperación de su partenaire, Vladimir. El desastre me servía de acelerador y me marcaba el tiempo de la trama. Además permitía el cruce de un plano universal (general) con otro individual (interior) donde los cuerpos se vuelven también campos de batalla. Entiendo que ante la catástrofe quien abusa se siente mucho más libre y desatado para ejercer sus formas violentas. En ese sentido creo que fue una buena decisión. También ese “estado de excepción” habilitaba a Guinea a operar a espalda de la mirada pública, lo que me permitía un mejor trabajo con lo erótico y lo sexual.
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