Mientras su vida pública concitó la atención en torno a su talento literario, en la última década y media fue posible conocer su lado más íntimo. Gabriela, la brillante escritora, amó y fue amada por Doris Dana. Aunque ninguna habló de esa relación, quedaron innumerables registros que dejan ver una dimensión profundamente humana de la premio Nobel.
El 10 de enero de 1957, muere Gabriela Mistral, la primera escritora chilena reconocida con el Premio Nobel de Literatura. Eran apenas las apenas las 4 de la madrugada y 18 minutos y ella había sido internada debido a complicaciones derivadas de un cáncer de páncreas diagnosticado hacía algunos meses. Gabriela tenía 67 años y su salud no era buena. Sufría problemas cardíacos y diabetes y muchas veces sus continuos traslados eran motivados por la búsqueda de lugares donde el clima le sentará mejor y aliviará sus malestares. Su trabajo como diplomática le permitió visitar numerosos países desde que en 1935 fue nombrada cónsul en Madrid. Más tarde le darán el cargo vitalicio de “Cónsul Particular de Profesión”, y ejerció este cargo en Lisboa, Niza, Niteroi, Petrópolis, Los Ángeles y Santa Bárbara, Veracruz, Nápoles y Nueva York. En todos esos lugares su carisma y talento la vincularon con los más grandes intelectuales de la época. La niña que había nacido con el nombre de Lucila Godoy Alcayaga en una humilde casa en el pueblo de Vicuña, llegó a ser la intelectual chilena más conocida en el mundo.
El día anterior a su muerte, Doris Dana relató al diario El Mercurio que la poetisa había perdido el conocimiento con una sonrisa. Doris había sido nombrada su albacea y cumplió su labor por los siguientes 49 años, hasta su muerte en 2006. Poco después, una sobrina fue a su casa a clasificar sus pertenencias y en el fondo de un clóset descubrió un tesoro que había permanecido oculto: se trataba de un generoso archivo de fotos, filmaciones y cartas que daban cuenta de la relación que habían tenido Gabriela y Doris, y que aún hoy sigue despertando curiosidad. Eran una pareja que ocultó hasta el último día su relación, pero el material encontrado deja en evidencia que sí existió y que en ella hubo amor, alegría, tristeza, sexo, celos, desilusión y complicidad, como en cualquier relación amorosa.
Gabriela y Doris se conocieron en Nueva York, en una conferencia que dio Mistral en Barnard College, pocos meses después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura y en una época en que la escritora atravesaba por la profunda tristeza que le provocó el suicidio de su sobrino Juan Manuel Godoy, a quien ella llamaba cariñosamente Yin Yin. Doris, escritora estadounidense casi 30 años menor, estaba en el auditorio y quedó muy emocionada por las palabras de la poetisa. Dos años más tarde decidió escribirle una carta. Mistral le respondió y comenzaron una relación epistolar que pronto motivó un encuentro y otro, y otro más. Desde 1946 hasta 1957 se mantuvieron juntas, a veces bajo el mismo techo y a veces separadas por miles de kilómetros. Esas separaciones le provocaba a Gabriela profunda ansiedad y dolor, así quedó reflejado en las cartas que se escribieron, y que en los últimos años fueron publicadas en el libro “Doris, Vida Mía” que fue publicado primero en 2009, para luego ser completado y editado en 2021.
Pocos años después del hallazgo en ese clóset de la casa que compartieron Gabriela Mistral y Doris Dana, la cineasta María Elena Wood se dedicó a la labor de hacer un documental a partir del material encontrado. El resultado fue “Locas Mujeres”, estrenado en 2011. El documental ganó el premio del público en Sanfic ese año.
La cineasta dijo entonces en una entrevista: “Fue difícil tomar la decisión de abordar la intimidad de otra persona que además fue un icono y mantuvo resguardada su privacidad durante toda su vida. Cuando vi el material me di cuenta de lo que significaba, la verdad es que me asusté y hubo dos meses en que quedé en blanco, me cuestioné realizar el documental, pero finalmente decidí que era relevante contar y dar a conocer a esta Gabriela Mistral humana y enamorada”.
Doris Dana no se separó de Gabriela Mistral en la última etapa de su vida que empezó a fines de 1956, cuando la premio Nobel se realizó exámenes en el Hospital de Hempstead, en Nueva York y se quedó internada porque el diagnóstico era grave: cáncer al páncreas. Sin embargo, a las pocas semanas se sintió mejor y fue dada de alta. En ese momento tuvo la lucidez necesaria para escribir su testamento donde dejó estipulado que quería morir en el pueblo de Montegrande, donde vivió en su infancia, desde los tres a nueve años. También dejó escrito en ese documento que, de todos los libros vendidos en Latinoamérica, una parte importante de los derechos de autor debían ser entregados a los niños pobres de Montegrande.
El 2 de enero de 1957 volvió al mismo hospital, pero esta vez no mejoró. El cáncer se había extendido hasta el esófago y la escritora quedó sumida en un sopor profundo el día 9, del que no despertó. Sus restos fueron trasladados a Chile y quedaron, como ella hubiese querido, en su amado pueblo de Montegrande.
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